lunes, 30 de diciembre de 2013

Soy lo que te está pasando y no te volverá a pasar

Lo de las rupturas es algo complicado. No es fácil ni para el que rompe ni para el que rompen. Y es que, todos los amores acaban en tragedia, pero algunas tragedias las provocas y otras te vienen solas. Y así es el cuento. Por algo se llama ruptura, ¿no? 

Tiritas pa' este corazón partio', decía uno que yo me sé. Qué tiritas ni qué tiritas. Las rupturas de verdad, las que vienen después de una larga conversación, necesitan escayola, sedante y un tiempo en la Unidad de Cuidados Intensivos.


Me lo dijo una amiga y no puedo no darle la razón. Las rupturas, las de verdad, las que pinchan, duelen y escuecen, no son producto de una bronca. El se ha terminado post-discusión no vale una mierda, no existe, son letras formando palabras, nada más. 

En cambio, cuando la conversación viene antecedida por un tenemos que hablar, agárrate a lo que puedas, se avecinan turbulencias. 

Y es que hay algunos con un morro...


"No eres tú, soy yo". Claro que eres tú. Encima pretendes que me sienta culpable. ¿Culpable de qué? ¿De darte todo lo que tengo y todo lo que soy, de que vengas como el Ratoncito Pérez y Papá Noel, llevándote mi sonrisa y todo lo que hay en mi despensa, para dejarme qué? Tropecientas promesas sin cumplir, un saco lleno de regalos que ni quiero ni pretendo conservar y una lista inmensa de recuerdos que tú pareces haber olvidado, pero que te empeñas en grabar a fuego con cada paso en falso que das. 

Por supuesto que eres tú. 
Eres tú el que promete tanto para luego nada, el que se ha aburrido y prefiere ir detrás de quién sabe qué o quién. Pues olé por ti y que te aproveche. Que no se te olvide que por muy apetecibles, ciertas golosinas acaban sentando mal. Y tu te vas a indigestar de tanto ego, tanto orgullo y tanta mediocridad.


"Sin ti no puedo vivir, pero..." ¿Pero qué? A otra con tus cuentos. Sin mí no, pero. Pues si sin mí no puedes vivir, entonces que Dios te acoja en su gloria, porque vas directo a la tumba y por petición propia. O eso o que te estás escondiendo detrás de un amor que ni sientes ni padeces para no quedar como el malo de la película.

Porque esa es otra. ¿Cómo repartimos los amigos? En las rupturas siempre está la parte mala y la parte víctima. El látigo y el cuerpo. La sal y la herida. Y da igual cuántas vueltas des a la tortilla. Es así y punto. 

Si te dejan, te toca llorar, lamentarte mirando fotografías y escuchar la canción de turno hasta que te sangren los oídos, y después de una semana sin lavarte el pelo, amanecer un día, mirar al sol como si fuera el primer día de verano, quitarte la mugre y las penas y avanzar. 


Pero la mejor, la que se lleva el Óscar a la mejor interpretación es cuando saben que se van a arrepentir. Tal cual. Palabras textuales. No bonito, no. Si sabes que te vas a arrepentir no sigas adelante. Soy lo que te está pasando y no te volverá a pasar. Te estás arriesgando y te digo yo cómo vas a acabar: con una mano delante y otra detrás. Este tren solo pasa una vez y a ti te da por dejarme marchar. Pues me voy. Tú lo has querido. 

Egoísmo puro y duro, señores. Ahora no te quiero pero por si acaso mañana sí, no cierres puertas. ¿Qué no? Una tras otra, a cal y canto, con cerrojos, pestillos y alarma de seguridad por si algún día intentas volver a colarte por mi ventana que alguien me avise para cercar mi vida con minas anti-persona. Anti-tú. 

Y es que contigo es como dar margaritas a los cerdos. Y, como dice ese que yo me sé, la margarita dijo no. Y no es que no. 


viernes, 27 de diciembre de 2013

Yo lo que quiero es no tener que perder

Todo eso de las ausencias lo llevo fatal. Sigo sin entender -y mira que me lo han intentado explicar, por activa y por pasiva- por qué un día nos despertamos y lo que conocemos ya no está. 

Para ganar tenemos que perder. Eso es lo que me responden. Mentira. Yo quiero ganar sin perder, mantenerme como hoy. Hoy, mañana y dentro de una semana. Perdemos algo, y ganamos el vacío que deja. 

Y olé tus cojones. Te quedas más ancho que largo. 



Yo no soy de esas que se conforman con la explicación básica. 1 + 1 pueden ser algo más que 2, y sino que se lo digan a Fran Perea, que ya nos intentó convencer... Y, ¿quién te lo iba a decir, Fran? Que harías una serie con un final memorable por su ridiculez y que conseguirías que me planteara por qué 1 y 1 no son 2. 

En esta vida estamos hechos para sumar. No para que nos resten. Nos casamos, sumamos. Tenemos hijos, sumamos. Nietos, sumamos todavía más. Y de repente, a alguien le da por pensar que ya hay suficientes como tú y que es momento de cambiar los esquemas. 

Y van, y te restan. Te quitan algo o te quitan de alguien. Y lo que no se dan cuenta es que te están sumando un vacío terriblemente cruel, porque ni Fran Perea con sus canciones, ni todo el turrón del mundo, ni todas las películas de Solo en Casa, pueden llenar.


Y a la mierda con las sumas, las restas y hasta las divisiones logarítmicas, que ni siquiera sé si existen, pero discúlpenme, soy de letras. 

No podemos vivir alejados del mundo. Y eso tiene un alto precio. Que sí, que conoces gente, que hay gente que se va y otra que se queda, que de repente aparece más gente y afloran los sentimientos y por un segundo piensas en la ausencia de cualquiera de esas personas y lo ves tan imposible como que lluevan cerdos. Pero un día el avión que transportaba toda la ganadería porcina europea sufre un colapso y ricas patas de jamón caen a diestro y siniestro. Y pierdes. 



Y así de fácil. Pierdes y te dicen que sigas adelante, que la vida sigue y que tienes que pasar página. Pues oiga usted, no me da la gana. Quiero quedarme en la página en la que estaba antes de que llovieran cerdos y me quitaran lo que nunca pensé que me quitarían. Y me quiero quedar aquí hasta el final de los tiempos y amén. 

Pero no, amiguitos. La vida está hecha para vivirla, y pase lo que pase tienes que vivir. Esas son las normas. Ni meterte en la cama a las seis de la tarde para intentar que el edredón se lleve el dolor, ni llorar hasta rozar la deshidratación, ni gritar, ni patalear. La vida te suma y después te resta.


Y ahí estás tú, mirando al infinito, buscando un horizonte donde todo tenga un sentido y con un cráter en tu interior con el que tendrás que vivir el resto de tu existencia, hasta que seas tú el que deje ese vacío. 

Y así es como debemos vivir. Sabiendo que lo que hoy está es bastante probable que mañana no esté. Atando lazos para que se rompan después. 

Pues a mí no me da la real gana. Lo que quiero lo quiero siempre. Y ese es mi propósito para el 2014: ganar sin tener que perder.

miércoles, 25 de diciembre de 2013

Yo para ser feliz quiero un camión

He estado pensando detenida -y terriblemente- sobre qué escribir. No me apetece hacer un post ni deseando felices fiestas, ni Feliz Navidad, ni ninguno de esos tópicos que nacen ahora en pleno mes de diciembre. 

Seamos realistas, para muchos no serán ni fiestas ni felices. Aunque sea Navidad y la gente prepare una mesa repleta de manjares (¡Qué festín, qué festín, qué festín!), todavía hay quien no tiene para comer, hay quien ha perdido su trabajo o para quien estas fechas no son más que el recordatorio de una ausencia. 

Ni soy el espíritu navideño en persona ni el Grinch. Ni tanto ni tan poco. Soy realista. La felicidad no solo tiene que estar presente ahora, sino siempre. Cada aspecto de nuestra vida debemos intentar aderezarlo con una pizca de felicidad (y se nos va la mano, mejor). Sea cual sea la estación o el día del año. 

Ea. Fin. Hasta aquí mi mensaje navideño.



Después de pensar en lo que significa la Navidad, me he puesto a pensar en la felicidad. Ese ente extraño, que se busca, que apenas se entiende pero que se persigue. Del estilo del anillo de Frodo pero sin su lado maligno. La felicidad como fin humano, emocional, sentimental y hasta filosófico. ¿Qué pensador que se precie no ha mencionado la felicidad? 

Hace tiempo me dijeron -alguien excesivamente sabio, seguro- que o eres feliz o no lo eres. Sin más. Sin términos medios ni vasos medio llenos o medios vacíos. O si o no. Dentro de tu estatus, puedes tener un porcentaje mayor de felicidad, dependiendo del momento. Pero, básicamente, el que es feliz, lo será siempre. Y viceversa. 

Lo de decir infeliz me suena más a insulto malintencionado que a otra cosa. Prefiero eso de o eres feliz o no lo eres. 

Y al carajo con la negatividad.



Tengo la firme convicción de que hay más seres felices, que el porcentaje está algo así como 80%-20% a favor de los sonrientes. Y es que sí hay algo que diferencie a este grupo, es su sonrisa. Cuando ves a alguien sonreír, enseñando sus dientes -aunque tengan un tono más tirando a veige por el café o los cigarrillos-, esa persona no puede no ser feliz.

Tendrá sus momentos de bajón, de bajada en la escala de la felicidad. Pero quien tiene motivos para ser feliz, amigos, lo será siempre. Y luego están los que no. 

Siento una pena terrible por los seres que van de felices pero luego no lo son. No creo que ni siquiera sepan en qué punto de la escala están, ni que están en números negativos y que sus intentos por ser felices son los más equivocados. 



Los que no pero creen que sí, que raza más apestosa. Son las malas personas, las que se deleitan con el sufrimiento ajeno, las que ven en los demás el fruto de su felicidad -cuando el origen de la felicidad debe estar en uno mismo-. Dependiendo de los males ajenos se sentirán más o menos felices, o eso creerán, porque ni se sentirán ni serán más felices. 

La felicidad está en las pequeñas cosas, y bendito fue el ser humano que así lo quiso. Una canción, una sonrisa, un mensaje con emoticono incluido -que ahora está muy de moda-... Hay quien es feliz con tan poco, que esa felicidad se contagia. 



La felicidad está en una sopa de fideos frente a la chimenea y en un gazpacho mirando al mar. En una ducha caliente y en el primer baño de agua salada. La felicidad está en una Coca Cola con amigas y en un gol en el último minuto. En el primer día de verano y en el último de invierno.

La felicidad puede estar en un resultado negativo y en un "todo ha ido bien". En las personas que te quieren y quererlas de vuelta. Está en despertarse y ver que todavía puedes dormir varias horas más. Está en September de Earth Wind & Fire.



La felicidad está en pasar el domingo en pijama y en que llegue la hora de irte a casa. Está en un atardecer mediterráneo y en la primera sangría de la temporada. En melón con jamón y en carne asada con puré de patata. 

La felicidad está en pasar las Navidades en familia y en ataques de risas. En los recuerdos de antaño y en los sueños de futuro. En verle volver a la vida cada mañana. 

La felicidad está donde tú quieras que esté. Solo tienes que descubrirla. 

lunes, 23 de diciembre de 2013

Todo lo que te hubiera dicho

El otro día se coló en mi lista de spotify una canción que me hizo volver al pasado. Recordé cosas, pensé en momentos en los que hacía tiempo que no pensaba y sonreí como una niña con una piruleta. Todo eso en los tres minutos y pico que dura la canción. 

He estado pensando en lo que me diría a mí misma si pudiera volver atrás a lo Marty McFly...


Deja de enamorarte del primero que pasa. Eso que sientes no son mariposas, son retortijones de tanta comida basura. Deja de intentar hacer felices a otros, y sé feliz tú. No vale con poner buena cara y aguantar lo que te echen. No te conformes. Sobre todo eso, no te conformes. 

Lo que ahora entiendes como el mayor drama de tu vida, no es ni una pequeña parte de lo que vas a tener que pasar. Pero recuerda, no llueve para siempre y todo lo malo pasa. Sé tú misma en las buenas y en las malas, porque solo tú podrás sacarte de los líos en los que te metas. 


Cuando tienes algo que ganar, siempre te arriesgas a perder. Pero merece la pena arriesgarse. Porque quien no arriesga, no gana, y eso es totalmente cierto. 

Lo de que la gente pasa y deja huella, también cierto. Aunque a ti las huellas te las dejarán a fuego, pero de nuevo, todo pasa. La vida no es fácil, ni para ti ni para nadie. Hay que vivirla con todo lo que tenemos. Agarra el primer arma que encuentres pero elige bien con quién usarla. Ni tanto ni tan poco. No puedes ir desprotegida pero tampoco atacar a todo el que se te acerque. Lo de ladrar al prójimo no está mal, pero si sabes cuándo parar. 


Las películas nos evaden, nos hacen alejarnos de nuestra propia vida para implicarnos en la de otra persona, pero hay que saber diferenciar entre ficción y realidad. Los únicos príncipes con los que te vas a encontrar son los que ya tienen la corona puesta. 

En esta vida, si hablamos de confianza mejor decir que "da asco", antes que decir que "es ciega". Guárdate parte de ti para ti misma. No lo des todo a la primera de cambio, ni al primero que pase.   


Cometer errores está bien, más que bien. De ellos se aprende. Dicen que los humanos somos los únicos animales que tropezamos dos veces con la misma piedra. Tú tropezarás dos, tres y cuatro, pero de cada caída aprenderás, y lo más importante, te volverás a levantar. 

Quiere todo lo que tengas aunque no tengas todo lo que quieres. Con el tiempo tus necesidades cambian y también lo que otros necesitarán de ti. Aprende a diferenciar entre los que te quieren por ti y los que te quieren por lo que les das. A los primeros tenlos cerca, a los segundos no les des nada, se irán por su propio pie. 


Quiere con locura pero ama con sensatez. Nadie te va a querer más de lo que te quieras tú a ti misma. Así que ya puedes ir empezando. 

viernes, 6 de diciembre de 2013

De ladridos va la cosa

Me he acordado hoy de aquello que me sucedía cuando iba con mi madre andando por la calle y se cruzaba un perro. Cuando eres pequeño, no solo de edad, sino de tamaño, cualquier bicho de cuatro patas se asemeja más a un Tyrannosaurius Rex (T-Rex para los amigos) que a cualquier otra cosa. Yo era de esas que veía un perro y me escondía tras las faldas de mi madre (faldas, faldas no, mi madre siempre ha sido mujer de pantalones). "Tiene más miedo de ti que tú de él", me decía. Ingenua yo, respondía siempre: "¿Y por qué me ladra entonces?"



Ella no sabía responder. Ahora, con unos añitos de más y algo de perspicacia de menos, me he dado cuenta que no solo los perros ladran cuando tienen miedo. Nosotros también. Cuando algo nos aterra o nos infunde cierto respeto tendemos a ladrar. A atacar con todas nuestras fuerzas. 

Supongo que es una forma de defendernos. "La mejor defensa es un buen ataque", dicen por ahí. Algún chino, seguro. Ahora son todo proverbios chinos. 


En fin. Atacamos. Tal cual. Tenemos miedo a lo desconocido, nos armamos hasta los dientes con lo que sea que encontramos por casa y nos lanzamos al vacío. Lo mismo pasa con las personas. Cuando nos adentramos en el inexplorado mundo de las relaciones no lo hacemos sin defensa alguna. Chaleco salvavidas, balas de fogueo, bengalas, radiobaliza y hasta botiquín. Todo y más.

Nos protegemos detrás de una armadura medieval antes de comenzar cualquier relación. Sea del tipo que sea. For example. A la hora de trabajar algunas personas se enfundan los tacones para sentir que viendo el mundo desde arriba tienen cierta ventaja. Otros, a falta de tacones se esconden tras monturas de culo de vaso que les hacen sentir más como Clark Kent que como Pepito Pérez. (Todo eso está muy bien. Pero al final vas a seguir siendo Pepito Pérez, con o sin gafas)



Ladramos. Constantemente. Lo peor es cuando dejamos de ladrar en soledad y empezamos a hacerlo en compañía, dirigiendo nuestros guau y nuestros ruf hacia otro ser pensante. Generalmente (más general que mente), nuestros ladridos impactan en aquellas personas a las que queremos. 

Es así. Cuanto más quieres, más ladras. Y ladras porque, de nuevo, tienes miedo. En otras palabras: estas cagao. Querer no es fácil, de eso ya hemos hablado. La parte más difícil llega cuando dejas de ser Miss Independent y te conviertes en No sin mi... lo que sea. 



Hay personas que viven bajo el lema: "Mejor prevenir que curar", pero lo que no saben es que siempre, siempre, acabas curando. 

Todo lo bueno tiene su parte mala. Tomarte un caramelo calma tu ansia de azúcar, pero tiene como consecuencia la alta probabilidad de tener caries. Así con todo. En serio. Amar tiene su parte increíblemente buena. Alguien con quien compartes la pasta de dientes (lo del cepillo va más en la línea de "la confianza da asco"), con quien compartes tus emociones, tus mejores historias, horas de avión y ratos de sueño. 

Pero como pasa también con el devenir de los días, llega la tormenta. El cielo nos regala rayos y truenos y nosotros, cuando llegan los problemas, ladramos, rebuznamos y rugimos. All at once. Todo en uno. A ninguno nos gusta que las cosas no vayan en la dirección que queremos, pero muchas veces, en los desvíos se esconden las mejores historias; igual que, si sois fuertes, después de las peleas, vendrá la mejor parte: las reconciliaciones. 




viernes, 22 de noviembre de 2013

Romeo y Julieta sí son de este planeta

Ya no se escriben cartas de amor. Ni se mandan ni se piensan. Ni siquiera se escribe nada. Nos hemos emoticonizado. Nos hemos olvidado de las palabras, de lo bonito que es un te quiero escrito sobre papel, y lo hemos sustituido por un bichejo amarillo con corazones en vez de ojos. Muy romántico no es. 

Ya no decimos lo que sentimos, preferimos tirar de emoticono y allá el otro con la interpretación. ¡Uy como te confundas y en vez de un corazón pongas una caca con ojos! 

Eso no es vida, señores. Los sentimientos hay que sentirlos primero y transmitirlos después. Como hacían antes. No sé si nos hemos olvidado de sentir o de transmitir. Espero que sea lo segundo. 

Ahora las cartas solo se escriben y se reciben cuando uno de los dos viste de verde camuflaje y se encuentra en territorio hostil. O, en su defecto, si se llama John.




De igual forma, antes los amores molaban más. 

Si os fijáis en los grandes amores de la historia, todos acaban en tragedia: Romeo y Julieta, Tristán e Isolda, Lennon y Yoko Ono, Jack y Rose, Cleopatra y Marco Antonio, Noa y Alli, Kiko Rivera y Jessica Bueno... Ni siquiera Humphrey Bogart e Ingrid Bergman acabaron bien. Ella se fue y él se quedó ahí, plantado, mirando como la mujer de su vida se marchaba. Una tragedia. 

Los grandes amores acaban en tragedia. Vale. Entendido. Si quieres vivir una gran historia de amor, vívela, pero nada ni nadie te aseguran un final feliz. Eso sí, te vas a encontrar con un final de película, pero de Hollywood, no de Disney. 

¿O no?



Quiero hablaros de una pareja, de mi pareja favorita. Mi tragedia favorita. Su historia bien podría estar nominada al Óscar a mejor guión, mejor interpretación masculina y hasta mejor banda sonora. Todo el pack. 

Pero no.

Ellos son reales. Reales como la vida misma, como la pantalla que tienes ante ti y como tú mismo. Quizá más. ¿Sabes? Siempre fueron mi pareja preferida. Eran de esos que discutir les veía siempre, y besarse más bien poco. Pero preferían antes el "contigo" que el "sin ti". 


Quienes les conocen dicen que es la historia interminable. Pase lo que pase siguen ahí. Y a mí, de verdad, que me tiene alucinada. Empezaron mal, desconfiando el uno del otro, con gritos y whatsapps de esos infernales que deberían estar censurados. Pero se quieren... ¡Válgame Dios si estos dos se quieren! 

¿Sabéis cuando ves a dos personas mirarse de tal forma que parece que no existe nada a su alrededor? Sí no lo sabéis es porque todavía no les conocéis. Eso está claro.



Yo les conocí una noche de verano. 

Ella era de esas tías listas que canta en el coche a todo tren y que sabe más por lo que ha visto que por lo que ha vivido. Él había visto mundo, un mundo que luego pondría a sus pies. Desde Kenia hasta San Francisco. Ella era un ángel, un sol, y todas las cosas buenas que se podrían ser. Él, lo que tenía de bueno lo tenía de loco. Era una locura de las buenas, de las que achispan la vida y sazonan el alma. 

Él se conocía todos sus pijamas, pero no por dormir con ella, sino por visitarla en mitad de la noche. Ella sabía como hacerle feliz. Y cuánto más feliz era él, más feliz era ella. Se miraban como nunca he visto a nadie mirarse. Tenían la seguridad de saber que ninguno de ellos soltaría la mano del otro. Complicidad absoluta.



Les pregunté una vez cuáles eran sus planes. No supieron responderme. Simplemente se miraron, sonrieron y callaron. En ese momento entendí que el futuro no importaba, mientras que estuvieran juntos. Por algo dicen eso de que para Adán, el paraíso era donde estuviera Eva. 

Él sí escribía cartas. Y ellas sí las leía. Las guardaba en la mesilla de noche, dentro de un sobre con su nombre. Cuando le pregunté por qué ahí, me dijo que lo que guardamos en la mesilla nos identifica. 

No sé dónde estarán ahora ni qué estarán haciendo. Ser felices, espero. Tampoco sé hasta dónde llegarán, si se casarán, tendrán hijos, nietos y tumba compartida. Lo que sí sé es que vivir una tragedia así merece la pena. 



miércoles, 20 de noviembre de 2013

Por ti, todo

Me gusta la idea de no madrugar. Te permite acostarte tarde, lo que significa quedarte hasta las mil haciendo todo tipo de cosas no productivas. Yo aprovecho mis horas de no-sueño para ponerme al día con Breaking Bad o volver a tragarme todas las películas de mi disco duro. Ayer noche fue el turno de "Notting Hill".


"Y no olvides que solo soy una chica delante de un chico pidiendo que la quiera". ¡WOW! Siempre me pone la piel de gallina. Pero no sólo eso. En aquella escena Roberts es la que toma el paso, ella toma la iniciativa. Porque le quiere. Punto. Sin más. 

Da qué pensar. Tras comentárselo a mis amigas y en pleno proceso de investigación, llegué a la conclusión de todo lo que hacemos nosotras por Ellos. Sea en la fase conquista o en fases posteriores, nosotras cuando queremos, queremos bien, sin barreras ni conjunciones adversativas, sin límites. 



Ojo! No estoy sacando mi vena feminista, ni diciendo que Ellos quieran peor, o que directamente no quieran. No. Creo que atrás quedó todo aquello de que sean Ellos los que den el primer paso y todos los restantes. ¡Porrrr favor! Serán hombres, pero también son humanos. 

Necesitan tener la seguridad de que sus esfuerzos tienen su fruto. Como en "Notting Hill". Grant tiene miedo. Está cagao. Ha sufrido y no quiere sufrir más. ¿A cuántos conocéis con el corazón partio, como diría Alejandro Sanz? Yo, a varios.



Ellos también se cierran dentro de su propio mundo interior. Y cuando eso ocurre solo aquellas que lleven el distintivo de Ella podrán sacarles. 

Querer no es cosa fácil. Tiene sus riesgos. Pero igual que los tiene para nosotras, los tiene para Ellos. Tal vez las normas sociales dicten que sea el género masculino el que dé el primer paso. Pero, ¿por qué no podemos nosotras iniciar el juego? Ya no sólo iniciarlo, sino continuarlo. Ellos no moverán ficha si ven que nosotras ni siquiera hemos tirado el dado. De eso no hay ninguna duda. 

Abogo por el movimiento femenino. Por que hagamos lo que nos plazca. ¿De qué sirve mostrar una cara de nosotras mismas que no existe? Tarde o temprano lo van a descubrir. 



Tal vez Ellos no lloren a moco tendido delante de una película de Julia Roberts, Ryan Gosling o Harrison Ford, con una tarrina de las grandes de Ben and Jerrys. Pero también sufren, también sienten como las paredes de su cuarto se estrechan. Aunque su técnica de desahogo sea más violenta, también lo necesitan. 

Cógele la mano aunque no te lo pida. Regálale flores aunque pienses que eso es cosa nuestra. Llámale al despertar. Y abrázale cuando tenga un mal día. Lo necesitará. 





Yo quiero que me quieras a tu manera
aunque lo digas poco y lo sientas todo el tiempo
aunque nunca me escribas un poema
(Carlos Salem)


lunes, 4 de noviembre de 2013

Buscando el equilibrio

Tengo más ganas de verte que de comer con las manos. Tengo un hueco en la cama que lleva tu nombre y un cajón en el armario donde solo caben tus calcetines. Tengo medio depósito de gasolina y me sobra uno entero de diésel. Tengo más ganas de verte que de comer con las manos.



Tengo los zapatos viejos, los vaqueros rotos y las camisas sin botones. Tengo el cenicero hasta arriba y las ventanas abiertas por donde se cuela el viento aullando tu nombre. Tengo la televisión encendida con el sonido en silencio. Tengo lágrimas que saben a mar y el mar a más de trescientos kilómetros. Tengo más ganas de verte que de comer con las manos.

Tengo tanto sueño que me duermo de pie. Tengo una carta a medias, un sobre rasgado por la mitad y un sello sin pegar. Tengo los ahorros en un tarro de galletas que alguien se comió por accidente. Tengo la botella de vino, las velas y la cena, pero me faltas tú sentado en la mesa. Tengo más ganas de verte que de comer con las manos. 



Tengo la convicción de que si grito apareces. Tengo los pétalos de las últimas flores que me regalaste esparcidos por el suelo y una escoba que no barre por miedo a llevarse algo más que polvo. Tengo más ganas de verte que de comer con las manos. 

Tengo pelusas debajo de la cama y algún calcetín que olvidaste a deshora. Tengo la cabeza llena de recuerdos que incrustaste en mi mente. Tengo un sábado de lluvia con ganas de lunes. Tengo un reloj que no marca la hora y un calendario sin trece. Tengo más ganas de verte que de comer con las manos.


Tengo acordes de Santana y letras de Extremo. Tengo tu cuaderno de notas y todas las disculpas que quepan entre sus páginas. Tengo tu firma en mi espejo. Tengo todo el tiempo del mundo para pasarlo contigo. Tengo billetes a ninguna parte y un abono transporte para cruzar el Atlántico. Tengo más ganas de verte que de comer con las manos. 

Tengo confesiones por un tubo y declaraciones de amor a mansalva. Tengo más de dos minutos y tantas vidas como un gato. Tengo ideas de bombero. Tengo más imaginación que John Lennon y tanto arte como un escarabajo pelotero. Tengo alas para irme y ninguna gana de volar lejos. Tengo más ganas de verte que de comer con las manos. 



lunes, 28 de octubre de 2013

Amor vincit omnia

Creo que hay muchas formas de quererse. No hay un manual, ni unas normas básicas que puedas seguir o ir de rebelde e ignorarlas. Cada uno elige su propio estilo, su propia forma de querer. Cada una es válida e inimitable. Única. Cuando dicen aquello de "cada relación es un mundo", tienen razón.



Hay quien opta por cubrir a la otra persona de regalos, de obsequios materiales que siempre hacen ilusión. Hay otros detallistas que prefieren las pequeñas cosas, como calcetines de colores.


Los hay que discuten porque saben valorar la magia de la reconciliación. Otros no discuten nunca. Creo que esto es un error. Hay que discutir. (Chicas, gritad. Chicos, pasad de todo). Es una de las claves para que las relaciones funcionen. Ya te lo advierten en Little Manhattan: "Todas las cosas que no dije, me estaba ahogando en ellas". Pues eso. No os ahoguéis


Hay quienes disfrutan de una noche de lluvia bajo una manta, con un capítulo -ó 3 ó 4- de The Walking Dead. Otros prefieren irse de copas (o de gintonics, que ahora están muy de moda) y bailar como si fueran los últimos invitados de una boda gitana. Hay también quienes prefieren cenar fuera y quienes prefieren llamar al japo de turno. 


Hay quienes están un mes y pico sin verse y quienes no aguantan ni cinco días sin sufrir síntomas de psicosis. Otros se tragan la saga entera de Crepúsculo con comentarios del director incluidos. 


Hay quienes llaman siempre y otros que no llaman nunca. Los hay, también, que hablan del futuro y otros que no necesitan hablarlo. Están los que piden entrante y los que prefieren postre, siempre para compartir. 


Hay amores en los que conduce Ella y otros en los que conduce Él. Los hay que te acompañan al coche y otros que no se duermen hasta escucharte llegar. Hay quien te da la mano en la calle y quien lo hace en la intimidad.  



Están los que tuvieron un comienzo de cuento de hadas y los que acabaron comiendo perdices. Los hay que dan sorpresas sin motivo y los que no lo necesitan. Hay quien prefiere las palabras con actos o los actos sin palabras. Pero siempre actos.



Hay tantos tipos de amores como tipos de personas. Alguien me dijo esto una vez. No lo olvidaré nunca. Y dejas de pensar en lo que creías que te faltaba porque estás muy ocupado enamorándote de todo lo que tienes. 






Amor vincit onmia - Love conquers all - El amor todo lo puede

martes, 22 de octubre de 2013

De pupitre y almohada

He aprendido que más vale tarde que nunca y que las segundas oportunidades son las últimas. Que la confianza que se pierde muy pocas veces se gana y que no se debe confiar en quien más confías. 

He aprendido que mejor solo que mal acompañado pero que la compañía siempre es necesaria. Que la soledad está bien pero que emborracharse de ella trae la peor de las resacas.



He aprendido que no debemos darnos por vencidos y que el te quiero, a la cara, suena mejor. Que el whatsapp lo carga el diablo y que déjate de mensajes y hazme una visita.

He aprendido que el color rosa no siempre es de chica y que a ellos también les gustan las mariposas. He aprendido que cualquier cena sabe mejor si la comes con las manos y que los palillos no sirven para nada. 


He aprendido que en el amor más vale ser honesto y que mirando a los ojos siempre surge la risa. Que los miedos se van si tienes quien te proteja y que los traumas dejan de ser traumáticos si cierras los ojos.

He aprendido que la vida es p*** y te quita lo que más quieres, pero que te deja vivir de los recuerdos para que no te sientas tan solo. He aprendido que los perros también tienen custodia compartida. 


He aprendido que quien apuesta por ti estará siempre y que quien no lo hizo no lo hará nunca. Que lo más antiguo no tiene por qué ser lo mejor pero que lo que dura será bueno siempre.

He aprendido que la vida se disfruta más sonriendo y que para llorar siempre tenemos las películas. Que toda decisión tiene su coste de oportunidad y que todo tiene que valer la alegría, no la pena.


He aprendido que el karma is a bitch pero que si siembras, recoges. Que la suerte puede estar de tu lado y que las suites de los hoteles también pueden ser baratas.

He aprendido que el dinero no lo compra todo y que los abrazos no se pagan con dinero. He aprendido que el dolor es inevitable pero que sufrir es opcional. 


He aprendido que para que haya luz se necesita oscuridad y que sin momentos malos no valoraríamos los buenos. He aprendido que hay personas que cambian, sin ticket ni etiqueta.

He aprendido que los viajes en coche no tienen por qué ser aburridos y que el postre con dos cucharas tiene mejor sabor. 


He aprendido que me queda mucho por aprender

jueves, 17 de octubre de 2013

Lo que ella fue

Hace tiempo que no pensaba en ti. Me has dado una tregua en este maldito despropósito de joderme todo lo que hago, lo que digo y lo que pienso. Me has dado tiempo para reconstruirme, empezar de cero, volver a nacer. Pero aquí estás otra vez. 



Me pregunto si seguirás durmiéndote con la cara pegada al teclado del ordenador y si seguirás despertándote a cuadros. Si te sigue gustando el chocolate blanco más que cualquier otra cosa y si sigues pensando que el pescado está mejor siendo pez. 

Quisiera saber si sigues leyendo novelas rosas y si habrás encontrado a tu príncipe azul. Si tus zapatos siguen estando tirados en el armario y si continuas metiendo los pantalones en la secadora para que encojan antes de una noche de viernes.



Me pregunto si sigues echando de menos las noches de desvela, las películas de Disney y las cenas a deshora. No sé si te acordarás de los viajes, de los trenes a Hogwarts y de los helados de cinco bolas. Yo los recuerdo todos. 

Me pregunto si te sigue gustando más la playa que la montaña y si sigues diciendo a la gente que veraneas en una isla. Si sigues viendo todas las telenovelas que echan en Nova y si sigues pensando que madrugar es cosa de marcianos.



Me pregunto si sigues comiéndote solo los m&m marrones porque "son más naturales", y si sigues atiborrándote a gimnasio. Si sigues pensando que te pareces a aquella actriz de cine y si las alitas de pollo te siguen recordando a nuestra infancia.

Creo que no quiero saber de ti. Duelen las despedidas pero duele más no haberlas tenido. Me pregunto si tu pensarás lo mismo, si sigues igual de morena y si tu coche sigue rugiendo en plena sabana africana.



Quisiera decirte tantas cosas. No he pensado en ti, no he querido hacerlo. Duele la ausencia de quien una vez fuiste, no de quien eres ahora. Me pregunto si algún día leerás esto, o harás como con aquella biografía de Marilyn que seguramente siga en el asiento trasero de tu coche. 

No recuerdo bien la última vez que te vi, ni hace cuánto fue. Tampoco me acuerdo de lo que te dije ni si te di un beso antes de irme, irte o irnos, o si fue un abrazo de esos que transmiten vida.

Me pregunto tantas cosas. Y sé que tú ninguna. Me dijeron una vez que me abrazara a quien me abrace, y tú dejaste de abrazarme hace tiempo.