martes, 18 de noviembre de 2014

La alegría de mi huerta

Creo que llevamos tiempo equivocados. Creemos que la vida es buscar a alguien que te acompañe durante el camino, que te levante en los malos momentos y disfrute contigo de los buenos. Alguien que jamás te deje marchar y que te asegure que nunca se va a ir. Alguien que te llene. Pero, ¿qué pasa si esa persona ya está ahí? ¿Qué pasa si esas personas ya están ahí? Nos dedicamos a proteger las relaciones de pareja, y nos olvidamos de proteger una relación todavía más importante. 

En mi caso son ellas. Y ellas son mejor que cualquier cosa. 


Mejor que el chocolate y las fresas con nata, mejor que el primer chapuzón de verano, mejor que las rebajas, que los batidos de Vips y los helados de Ben and Jerrys. Mejor que Zara y el nuevo modelo de Mercedes. Mejor que las ofertas de El Tenedor y las clases de Spinning. Mejor que los zumos de frutas a la orilla del mar y las fotos de Facebook

Mejor que los grupos de Whatsapp y las partidas de Triviados. Mejor que la heroína, el hachís y la marihuana. Mejor que el vodka, el gin y el ron. Mejor que las tartas de queso y el nuevo capítulo de Juego de Tronos. Mejor que todas las películas de Marvel y la escena de los patos del Diario de Noa. 

Mejor que ver Crepúsculo en pantalla grande, mejor que Formentera y sus italianos en vespa. Mejor que la Coca Cola Zero y los calipos de fresa. Mejor que volver a 140 km/h, mejor que dar negativo en un control y viajar con Iberia. Mejor que las visitas al Zoo con el colegio. Mejor que el primer sorbo de cerveza. 


No necesitamos medias naranjas. No estamos formados por una mitad más otra, sino por diferentes y muy variados pedazos. Ellas son mis pedacitos. Y no se necesita más. Nos distraemos buscando lo que no tenemos, lo que, bien es verdad, que algún día llegará. Nos encerramos en el cuarto a llorar porque aquella persona, la que para nosotros era el ombligo del mundo, se ha ido. 

Pero, ¿qué pasa con las personas que sí que están? Ellas no se van a ir. Lo han dejado muy claro. Jamás te juzgan, te dicen las verdades a la cara, sabiendo que duele más abrir los ojos después de un largo sueño, pero que la vista se recupera y las legañas acaban por disiparse. Y ya no te hablo de las lágrimas. Son de risa. De la risa. Y eso vale oro. 


'Y dejas de pensar en lo que te falta porque estás ocupado enamorándote de todo lo que tienes', me dijeron una vez. Tengo la suerte de que aquella persona todavía sigue en mi vida, y tengo la certeza de que seguirá ahí. 

A veces nos olvidamos del valor de una copa de vino y de una cena, porque estamos distraídos pensando en quién será el siguiente en nuestra cama, o en nuestro corazón. Un corazón que ya está ocupado. 

Tenemos que vivir más los Goonies y menos Cenicienta. Porque en las grandes historias de amor no hay besos, ni abrazos, ni cenas a la luz de las velas, ni sexo desenfrenado. Las grandes historias de amor están protagonizadas por alguien que se cae, y alguien que le levanta. Y por esos mismos dos, o tres, o cuatro, que acaban descojonándose después.

sábado, 15 de noviembre de 2014

Exprimiendo medias naranjas

Todo eso de las medias naranjas, de su búsqueda y de su encuentro, son tonterías que brotaron del cerebro de algún inconsciente perdido sin más hacer ni qué-hacer que dar por culo con gilipolleces. Y es así. Ni todos tenemos una media naranja ni tenemos por qué buscarla. 

Y, ¿por qué una media naranja y no un medio melón? ¿O una media sandía, o medio plátano? Puestos a dividir... 

Las piezas del puzzle, las que encajan, nunca son iguales. ¿Por qué ha de ser aquella persona, esa tan especial, igual a nosotros? Menudo aburrimiento. Vaya coñazo tener a un clon constantemente dándote la razón en todo, sin más magia ni quiebro de conversación. Todo el día en equilibrio, en jodido equilibrio

Las mitades llegan sí, no hay que buscarlas ni encontrarlas. Aparecen. Como si brotaran de los árboles y fueran a caer a tus pies, justo en el momento en el que caminas bajo su sombra. Y brotan para hacerte la vida más sencilla, para sacar lo mejor de ti y para, en definitiva, hacerte feliz. Si no cumple esos requisitos, patada y a otra cosa, mariposa. 

Como si fuera tu mitad perdida, te llena un vacío que no sabías que tenías. Y esa es la magia de toda esta patraña de medias naranjas. Sigamos llamándolo así, para no caer en confusión. Y dejemos claro en qué se diferencia una media naranja de una rodaja de limón. 



Una 'media naranja' te mira y comprende exactamente (con puntos y comas) qué sucede por tu cabeza. Te entiende aunque haya momentos en los que ni siquiera tú sepas de qué va la cosa. Es el faro que te guía a buen puerto, acepta la peor versión de ti porque sabe que, sino, no se merece la mejor. En lo malo, en lo bueno, y en lo peor.

Te habla, sin palabras, pero con gestos, con gestos tales como meter en la lista de Spotify una canción que diga algo así como 'te echo de menos', o 'I miss you'. Y que deje que suene hasta que te queme los tímpanos y no tengas otro remedio que gritar a los cuatro vientos que 'I come for you', una y otra vez. 

Una 'media naranja', -o alma gemela, o mitad, o como quieras llamarlo- te coge de la mano, te mira a los ojos y te dice que va a hacerte la persona más feliz del mundo. Y tú sabes que con esas palabras, ya lo ha conseguido. 

Pero pisando tierra, a mí todo esto de las 'medias naranjas' me suena igual de mentira que 'El Hombre del saco', 'El ratoncito Pérez', y toda su prole. Pero si algo hemos aprendido es que porque algo sea invisible al ojo humano, no significa que no lo sintamos. De hecho, se siente todavía con más fuerza. Y lo de las mitades perdidas, que te llenan y te rellenan, es un cuento que nació de la innata necesidad de querer y ser queridos. 

Un cuento al fin y al cabo pero, ¡qué bien sabe! 



Porque yo no creo en 'medias naranjas', ni en 'medios limones', pero sí que creo en las naranjas enteras, que se encuentran, que compenetran y que se exprimen juntas, dando todo y más de sí, dejándose la piel y lo que no es piel, para formar algo nuevo, diferente, incluso, mejor. 

En eso consiste toda esta mierda de la vida. De no andar solos por si cojeas, de tener quien te sujete si tropiezas. Alguien que salga de casa sin avisarte solo porque le gusta verte correr a través de las cortinas, con el pelo mojado y el vaquero a medio abrochar. 

Y llegará tu mitad, pero tú ya estás entera, y la aceptas porque en esta puta vida no necesitamos suplementos, sino complementos. Algo que nos haga más fuertes, no más pequeños, ni más débiles. Que las mitades existen, pero para sumar. 

sábado, 8 de noviembre de 2014

¿Dónde estás, que no te veo?

Pienso en ti cuando todo va mal. Y lo hago simplemente porque quiero que estés aquí y no entiendo ni cuándo, ni por qué, ni cómo te fuiste. Lo éramos todo. Todo. De esas que se miran sin decir nada y ya saben qué pasó. Ahora ninguna de las dos lo sabe, porque llevamos demasiado tiempo sin mirarnos a la cara, sin reconocernos entre todas estas personas que pasean por Madrid, buscando Dios sabe qué. 

Yo sí sé lo que busco. A ti. Busco tu mirada de enfado, de castigo por no haberte llamado en todos estos años, por no haberte buscado cuando colgaste el teléfono, diste media vuelta y te largaste, como el que no quiere la cosa. 



Me pregunto muchas veces dónde estás, qué estarás haciendo y si me necesitarás tanto como te necesito yo a ti. Porque siempre estuviste. En las malas y en las pésimas, y ahora que esta se lleva la palma he marcado tu teléfono tantas veces que el pulgar me duele, pero sin el valor para permitir que la red me lleve hasta ti. 

Porque, al final, ¿qué te voy a decir? "Hola, soy yo, estoy en un aprieto y necesito que me saques de él". No, eso ni pega ni despega. Porque hace tiempo que nos perdimos y ninguna dio el paso para recuperarnos. Y así, con el tiempo, llegamos a ser dos personas que lo único que comparten son un par de fotos de Facebook, alguna canción absurda y algún recuerdo todavía más absurdo. 

Pero sigo necesitándote. Y más ahora, cuando todo va mal. Cuando no sé qué decir ni qué hacer pero todos los caminos llevan a Roma pero pasaban por tu casa. Aquella donde tantas noches pasamos, entre almohadones, perros y muelles. Y ni me atrevo a pasar por ahí, por miedo a verte salir del portal. ¿Te acuerdas cuándo esperaba, poniendo caras en el telefonillo? Parece que han pasado décadas de aquello. Y en realidad, sé que pasará más que eso hasta que volvamos a reencontrarnos.



El tiempo lo cura todo. Y nos curará las heridas, pero las cicatrices no nos recordarán nada bueno, sino la cobardía que tuvimos de luchar por todo excepto por nosotras. 

Pienso en ti cuando todo va mal. Y la verdad es que te espero. He perdonado demasiadas cosas y tú no ibas a ser menos. El dolor hace tiempo que quedó atrás, y supongo que esto es lo que pasa cuando el rencor se va, que solo queda el vacío, la melancolía, las ganas rotas de un abrazo y decirte: "Bienvenida a mi vida, de nuevo, para siempre". 

lunes, 3 de noviembre de 2014

Como un orgasmo de la vida misma

No digas que no te lo advertí. Has hablado mil veces de amores en bucle, tenías un máster en perdonar lo imperdonable, un doctorado en relaciones tóxicas y ahora te has visto metida en el ajo buscando una sola alternativa. Te dije que no iba a ser fácil aplicar la teoría desde dentro. Y ahora es tu decisión. Haz lo que quieras. Pero no es el fin del mundo. Si, ni siquiera aunque sea el mismísimo:  "Vietnam Sentimental".

¿Te acuerdas cuando gritamos a la vez "QUÉ GRAN VERDAD" cuando escuchamos aquella frase en la serie de moda que decía ... "Si me engañas una vez es tu culpa, si me engañas dos es la mía"? Y si, qué drama. Intentas aplicarla pero no puedes, porque no paras de pensar en que ya no le vas a ver más, ya no le vas a besar más, ya no irás a cenar a ese sitio que ibais siempre...(Llantos y más llantos) ¿De verdad quieres eso a toda costa?, ¿aunque sea irreal?, ¿aunque el sentimiento no sea mutuo? Qué poco te quieres, ¿no? Y no me vengas con ese rollo de que te vas a morir, que no puedes vivir sin él, que no sabes como salir de esta. Que sí, que vas a salir y que si no sales de esta pues entro yo contigo.



Que todas hemos escuchado todo tipo de excusas baratas, desde el clásico "yo no quería" hasta el típico "tus amigas se lo inventan porque quieren jodernos". Y no, no esperes que te lo reconozca jamás porque eso es demasiado pedir. No te quedes sentada esperando que toque en la puerta y te de las gracias por el tiempo invertido en una relación que sólo tiene penas y discusiones. No pretendas que venga a rescatarte de la pesadilla en la que crees que vives y te diga que todo ha sido un error. No  dejes que te convenza replanteándote si eres tú la loca, o si a lo mejor te has pasado de la raya. No caigas, tú y yo sabemos que la única locura que necesitamos es la de los viernes por la noche





Todo esto está muy bien pero tanto tú como yo sabemos que tiene fecha de caducidad. Era una batalla perdida antes de empezar. Las probabilidades de que acabes con ese tipo de personas son nulas. Tan nulas como él. Simplemente ahora crees que es imposible, pero acuérdate que no hay nada imposible, sólo improbable. Y que lo más probable es que un día como por arte de magia te canses y salgas de esa espiral de consumo. No le busques a él. Si tienes que buscar algo, busca un trabajo, busca una amiga, busca un lugar a donde ir o busca a Salem que para eso estamos, no? Porque él tiene el mismo miedo que tenía Alejandro Sanz cuando cantó "no hay más miedo que el que se siente cuando ya no sientes nada". Y tú estás asustada sólo porque no entiendes cómo, cuándo, ni porqué dejo de sentir por ti, pero lo mejor es que lo aceptes aunque te intente convencer que esto que estás leyendo es pura basura.




¿Quieres que te cuente un secreto? Esa clase de tíos acostumbrados a tenerte siempre, cuando pasa el tiempo y ven que te han perdido, salen a buscarte. Y casi siempre es demasiado tarde. Deberías hacerme caso sólo por descubrir el tipo de satisfacción de la que te hablo. Vuelven cuando mejor estás y cuando ves su nombre en la pantalla del móvil y te das cuenta que no se te ha movido ni un sólo músculo de la cara, cuando le ves volver con el rabo entre las piernas, sientes algo así como un orgasmo de la vida misma. 



V.L.