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lunes, 3 de noviembre de 2014

Como un orgasmo de la vida misma

No digas que no te lo advertí. Has hablado mil veces de amores en bucle, tenías un máster en perdonar lo imperdonable, un doctorado en relaciones tóxicas y ahora te has visto metida en el ajo buscando una sola alternativa. Te dije que no iba a ser fácil aplicar la teoría desde dentro. Y ahora es tu decisión. Haz lo que quieras. Pero no es el fin del mundo. Si, ni siquiera aunque sea el mismísimo:  "Vietnam Sentimental".

¿Te acuerdas cuando gritamos a la vez "QUÉ GRAN VERDAD" cuando escuchamos aquella frase en la serie de moda que decía ... "Si me engañas una vez es tu culpa, si me engañas dos es la mía"? Y si, qué drama. Intentas aplicarla pero no puedes, porque no paras de pensar en que ya no le vas a ver más, ya no le vas a besar más, ya no irás a cenar a ese sitio que ibais siempre...(Llantos y más llantos) ¿De verdad quieres eso a toda costa?, ¿aunque sea irreal?, ¿aunque el sentimiento no sea mutuo? Qué poco te quieres, ¿no? Y no me vengas con ese rollo de que te vas a morir, que no puedes vivir sin él, que no sabes como salir de esta. Que sí, que vas a salir y que si no sales de esta pues entro yo contigo.



Que todas hemos escuchado todo tipo de excusas baratas, desde el clásico "yo no quería" hasta el típico "tus amigas se lo inventan porque quieren jodernos". Y no, no esperes que te lo reconozca jamás porque eso es demasiado pedir. No te quedes sentada esperando que toque en la puerta y te de las gracias por el tiempo invertido en una relación que sólo tiene penas y discusiones. No pretendas que venga a rescatarte de la pesadilla en la que crees que vives y te diga que todo ha sido un error. No  dejes que te convenza replanteándote si eres tú la loca, o si a lo mejor te has pasado de la raya. No caigas, tú y yo sabemos que la única locura que necesitamos es la de los viernes por la noche





Todo esto está muy bien pero tanto tú como yo sabemos que tiene fecha de caducidad. Era una batalla perdida antes de empezar. Las probabilidades de que acabes con ese tipo de personas son nulas. Tan nulas como él. Simplemente ahora crees que es imposible, pero acuérdate que no hay nada imposible, sólo improbable. Y que lo más probable es que un día como por arte de magia te canses y salgas de esa espiral de consumo. No le busques a él. Si tienes que buscar algo, busca un trabajo, busca una amiga, busca un lugar a donde ir o busca a Salem que para eso estamos, no? Porque él tiene el mismo miedo que tenía Alejandro Sanz cuando cantó "no hay más miedo que el que se siente cuando ya no sientes nada". Y tú estás asustada sólo porque no entiendes cómo, cuándo, ni porqué dejo de sentir por ti, pero lo mejor es que lo aceptes aunque te intente convencer que esto que estás leyendo es pura basura.




¿Quieres que te cuente un secreto? Esa clase de tíos acostumbrados a tenerte siempre, cuando pasa el tiempo y ven que te han perdido, salen a buscarte. Y casi siempre es demasiado tarde. Deberías hacerme caso sólo por descubrir el tipo de satisfacción de la que te hablo. Vuelven cuando mejor estás y cuando ves su nombre en la pantalla del móvil y te das cuenta que no se te ha movido ni un sólo músculo de la cara, cuando le ves volver con el rabo entre las piernas, sientes algo así como un orgasmo de la vida misma. 



V.L.




miércoles, 16 de abril de 2014

5 razones por las que ellas viven en Hollywood

1. Desde pequeñas nos acostumbraron a las princesas Disney, y nos enseñaron que lo que ahora conocemos como piratería, pura y dura, constituía "un delito tipificado en el artículo 534 del Código Penal". 

Y bajo esa advertencia y sin saber con exactitud qué significaba no apartábamos la vista de la pantalla. 

Y tras el mágico castillo Disney, una princesa -o aspirante a ello- conocía a su príncipe azul cantando con voz de ganadora de OT y con pájaros de bello plumaje aleteando a su alrededor. 

Ellos soñaban con ser futbolistas y nosotras con ser princesas. Y todo empezó por ahí.



2. Y todo sigue. Porque de Disney pasamos a las comedias románticas de adolescentes sufridos cuya única preocupación es el baile de fin de curso, o en su defecto el baile de primavera. Y, por supuesto, conseguir una pareja decente para este acontecimiento planetario.

Porque, todo queda dicho, aquí en España lo más cercano que tenemos son las puestas de largo, pero en estas celebraciones más propias de niñas pijas que del populacho, da igual ir sólo o mal acompañado, los bailes lentos son cosa del guateque o, efectivamente, de las películas de Hollywood

Nos hemos vuelto a cargar el romanticismo. Ahora, en días de Pitbull y Rihanna, lo más parecido a bailar pegados es sacar culo y arrimarse indecentemente al ritmo de Daddy Yankee y Don Omar.

Pasamos del romance a la obscenidad. Y nos quedamos tan anchos. 



3. Y luego llegaron las películas de índole universitario. Desconozco las universidades más allá del Atlántico, pero que alguien me explique por qué aquí no podemos molar tanto. Cartas de admisión apiladas sobre la mesa, ¿qué será? ¡OMG, me han aceptado en Harvard! ¡Voy a ser la repera limonera! 

Y aquí, nos joden con Bolonia, nos toca ir a clase a mirar a las musarañas (o al techo, que he leído que es una de las actividades más populares durante momentos de severo aburrimiento) y quien no ha gozado de este plan de estudios tan innovador, mataba las horas jugando al mus. 

Pero, cómo no, en las pelis románticas llega el pardillo de turno a una universidad de gran prestigio nacional, internacional y, por supuesto, planetario, y, aprovechando su segunda oportunidad en la vida, conquista a la más exitosa y sofisticada antigua cheerleader. 



4. Porque siempre es igual. Todo va fenomenal hasta que uno de los dos, o los dos, la cagan, meten la pata y cada uno va por su lado, sin dramas pero con el corazón destrozado. Pero de una forma u otra siempre termina en final feliz.

Alguno de los dos acaba llamando a la puerta o corriendo detrás del taxi -amarillo, of course- o, por si no fuera algo que todos hemos hecho alguna vez, siempre queda eso de montar el numerito en el aeropuerto.

Y da igual el motivo del enfado, todo se arregla y llegan los créditos. 

Tendríamos que tomar nota y dejar de esperar que alguien venga corriendo detrás con disculpas, palabras de amor y lágrimas de cocodrilo, para empezar a pensar en que todo pasa, después de la tormenta viene la calma y que siempre se puede tener un final feliz, por lo menos hasta los créditos. 


5. Como si de una bebida energética se tratara, las películas románticas crean en el espectador -seamos realistas, general y mayoritariamente espectadoras- una sensación de alegría intensa, de esperanza y de proyección personal.

Porque, ¿quién no se ha visto reflejada alguna vez en Julia Roberts? Durante un par de horas te olvidas de que el tío de turno no te ha llamado y te involucras tanto que nada existe más allá de la pantalla.

Y, sin más, eres feliz. Por lo menos hasta los créditos, cuando te das cuenta que todo aquello no tiene por qué pasar, pero, lo que no sabes, es que a veces pasa. 

miércoles, 9 de abril de 2014

De romances fugaces y amores en bucle

Fase 1. Un placer coincidir en esta vida
Tu intención al entrar por la puerta nada tiene que ver con lo que está pasando. Todo ha empezado con dos besos, y ni siquiera te has quedado con su nombre, pero se ha sentado a tu lado y de repente ahí estás, riendo como una tonta. 

Bebes mientras le escuchas y las dos copas de más que llevas encima hacen que no sientas reparo alguno al comentar su jugada. Es simpático y te quedarías ahí sentada, escuchándole hablar de la vida, de la buena música y de lo que se rió al ver a Dani Rovira en "8 apellidos vascos". 

A ti la peli te gustó, pero no le dices mucho más. No sabes por qué. ¿Has visto? Te sirves otra copa más y él sigue hablando sin parar. Pero te ha caído bien, aunque sigues sin saber su nombre. Más que no saberlo, es que no te acuerdas. 

Te ha arrastrado una amiga y tú, en realidad, querrías estar bajo manta, con un bol de palomitas y viendo alguna comedia romántica, de esas que se alejan de la realidad más que cualquier película de George Lucas.

Pero aquí estáis. Y te ha alegrado la noche. Gracias. Un placer. Me voy, otro día coincidimos. 



Fase 2. Tontorroneo

Y vamos, y venga, y la noche acabó con copas de más y algún recuerdo de menos. Y amanece el día con un mensaje divertido. Hola, soy, te acuerdas, no, sí, bueno, déjame quitarme las legañas y la resaca, sí, el de ayer. 

Y mira tú qué bien, piensas. Contestas, no vas a ser maleducada. Y un "¿Qué tal acabó la noche?" lleva a un "¿Qué plan tienes hoy?" y a pensar que es sábado y que tus amigas estarán bajo manta pero con compañía suficiente.

Y después de varias citas, de un par de visitas al trabajo a la hora de comer, de dos y tres horas al teléfono antes de dormir y de más conversaciones de whatsapp de las necesarias, sobran las palabras, pero aquí se cuece algo.



Fase 3. De fechas, cenas, cines y paseos

Ya ha terminado la cocción y os lo estáis comiendo. Habéis quedado más de dos días, y de tres, y de cuatro. Y fugazmente te ha presentado a su tía y a un par de primos. Los sábados salís a cenar y te recoge en su todoterreno los días que sale pronto.

Y tú, la verdad sea dicha, estás encantada. Ya te presenta como su novia y, aunque habéis omitido esa conversación, todo se da por hecho. A ti no te apetece retozar bajo la manta con nadie más. Y supones que a él tampoco.

Te ha traido flores y dice que hoy es un día especial.


Fase 4. Te quiero

Vale. Ya está. No hay vuelta atrás. No hay remedio. Ha soltado la bomba. Y tú te has quedado sin reaccionar. Te ha vuelto a dibujar una sonrisa y tú la desdibujas soltado lo de turno, que tú también. 

Y ya todo empieza. La carrera hacia no se sabe dónde y por no se sabe qué; pero ahí vais, viento en popa a toda vela. Te ríes, pasan los días y te ríes todavía más, y pasan cosas feas pero ahí estáis, los dos, él contigo y tú con él. 

Y no quieres que eso acabe nunca. Y nunca no es suficiente. Y quieres más y más y más...



Fase 5. ¿Y quién c*** es esa?

Una amiga. ¿Una amiga? Él no tiene que saber qué es eso. Tú eres su amiga, la única mujer no consanguínea con la que tiene que tener una relación. Tú, tú, tú. 

No tiene que escribirle a las 12 de la noche el día de su cumpleaños. Está contigo y ella lo sabe. Y él va y contesta. Simpático de la muerte. Y eso último es lo que le va a llegar como siga jugándotela así. 

Lo mío es mío y no lo toca nadie. 



Fase 6. No soy fácil, lo siento

«Sé que me he pasado, que los platos rotos no son excusa y que mis uñas en tu rostro tampoco. Te pido mil perdones y que olvides mis gritos por nada y mis lloros por todo. 

Estoy aquí contigo, soy yo, más allá de mi locura y de mis arrebatos de histeria. Pero entiéndeme, me pueden las ganas locas de tenerte, de no alejarte de mí y como dice Fito, "lo más lejos a tu lado"» 



Fase 7. Te perdono

«Te lo perdono todo. Tus gritos y tu histeria, tu malestar y malvenir. Porque después de todo lo malo viene todo lo bueno, viene la reconciliación permanente y los corazones en el baño. Después de los gritos vienen los murmullos, los te quiero al oído y las caricias antes de dormir. 

Y sé que lo hiciste mal, pero te veo ahí, con tu cara de niño escondida detrás de la barba de tres días. Los mismos tres días que llevo sin dirigirte la palabra, sin coger el teléfono y leyendo cada mensaje de disculpa, cada palabra y cada letra. 

Quería contestarte, decirte que todo estaba bien, pero mi orgullo ha podido conmigo. Eso ya da igual. Aquí estás. Y eso me vale.» 



Fase 8. Ni contigo ni sin ti


Y un día, de repente, ya no te acuerdas de los te quiero, ni de los lo siento. El perdón se ha desvanecido en el aire, como su olor de tu almohada y tus ganas de tenerle. 

Os basáis en el rencor y en la discusión continua. Discutís sin saber por qué, pero discutís. Lo dice Alejandro Sanz y a ti se te viene a la cabeza día sí, día también: "No hay más miedo que el que se siente cuando ya no sientes nada".

Y eso es lo que sentís. Nada. Y os aferráis al recuerdo, al tiempo vivido y a la memoria de un tiempo mejor. Sois la vieja gloria, sombra de lo que un día fue grandeza. 

Y lo peor es alargarlo, tensar el elástico confiando en que algún día, más pronto que tarde se rebobinará el tiempo hasta parar en alguna fase pasada en la que tú y él importábais. 

Dejad de engañaros. La vida es un camino de una sola dirección. Y es ahí, cuando solo queda mirar hacia delante, cuando veis que el camino marca con letras claras el siguiente paso: el olvido.



Fase 9. Tal como vienes, te vas

Ya has quitado sus fotos, has borrado su número aunque tu cabeza recuerde cada dígito, has sacado todo el rencor, ira y daño que tenías dentro, le has insultado y has deseado patalear sobre su tumba y has llorado lo suficiente como para llenar la bañera y hasta el océano Atlántico. Y hoy, después de todo, ha llegado el día en el que aceptas que no vas a revivir la historia, por lo menos no con él. 

No es la excepción que confirma la regla. Tienes sus mensajes olvidados y sus disculpas hace ya tiempo que caducaron, las rosas se han secado y tu aguante se desvaneció en el momento en el que decidió no valorarlo. Y ya no hay más esperas en tu puerta. 

Que de todo se aprende y tú, con él, has aprendido para varias vidas. Que el mundo está lleno de oportunidades y le toca el turno a otro, el turno de hacerte feliz y de dibujar sonrisas donde antaño marcaron tristeza con fuego candente. 

Y si algún día le da por volver, date la vuelta. Viejos caminos no abren nuevas puertas. 




V.Larrodé + AGD

jueves, 3 de abril de 2014

Cuando te encuentre

Cuando te encuentre pienso ser yo misma. Me levantaré pronto y te despertaré con un buenos días, dejaré la persiana cerrada para que la luz no te moleste mientras vuelves a la vida. 

Cuando te encuentre dejaré el desayuno preparado, tus tostadas y mi zumo de naranja, pero te cederé los fines de semana para que me traigas el café a la cama. 

Cuando te encuentre te escribiré cartas a mano y llenaré tu cuarto con mi presencia. Saltaré encima del colchón hasta que se rompan los muelles y reiré a carcajadas con tu cara de enfado. 



Cuando te encuentre guardaré un ratito cada noche para desearte sueños bonitos y cerraré los ojos fuerte para imaginar que estás aquí conmigo. 

Cuando te encuentre lloraré día sí día también, de alegría por tenerte y de rabia cuando no estés. Te llamaré a horas poco apropiadas y quemaré tu buzón de voz. Me enfadaré cuando vengas tarde pero celebraré contigo cada gol. 

Cuando te encuentre pienso dibujar nuestro futuro y recorrerme el mundo entero a golpe de imaginación. Me calzaré los tacones y te reirás de mí por querer ser más alta que tú.



Pero cuando te encuentre seguiré siendo yo. Seguiré soñando con sitios en los que nunca he estado y seguiré esperando el atarceder. Seguiré viendo amanecer desde mi ventana y seguiré comiendo en la cama. 

Cuando te encuentre seguiré pensando que el frío no es sano y que bienvenido sea el calor. Seguiré dejando los zapatos tirados y seguiré sonriendo con cada final feliz



Seguiré durmiéndome tarde y levantándome pronto, seguiré cantando en la ducha y seguiré pidiéndote que me abraces. Seguiré buscándote en cada rincón. 

Seguiré siendo yo cuando te encuentre. Porque tú seguirás siendo tú. Te he encontrado a ti y si dejas de ser tú ya no será a ti a quien haya encontrado. 

miércoles, 12 de marzo de 2014

Para que tú, homicida, aprendas

Me indigno. Doy patadas. Vomito. Grito. Chillo. Y vuelvo a gritar. Incluso alguna lágrima despistada cae sin remedio. Se ha cometido un asesinato con premeditación y alevosía. Han matado a Afrodita, Cupido y a toda su prole. 

Con dos cojones. Sí, sí. Con dos cojones van e inventan una aplicación para el móvil (o app, para los más modernizadamente tecnológicos) cuya función es, nada más y nada menos, que escribir mensajes de amor a la pareja, ligue, royito, esposa o amante. 

Pero no en plan Movilisto y sus 7777, que de lo ñoños que eran incluso te hacían gracia. Nada de a la antigua usanza. Estos van en serio, en plan plagio, falta de imaginación y falta de todo.

(No diré el nombre, eso es publicidad y no promocionaré algo perverso)



Esta última cornada, junto con el emoticono sidoso con corazones en los ojos, ha sido la estocada final para terminar de matar el amor. Así es. No me siento orgullosa de dar la noticia pero, señores, el amor ha muerto. Ha sido asesinado a manos de frívolos insensibles que se rindieron en la búsqueda de su media naranja, exprimieron a su medio limón y ahora pretenden acabar con todos nosotros. 

Movilizo a la población a favor del amor, del romanticismo shakespeariano y de todo lo que acabe con un "y fueron felices y comieron perdices". 

Y empiezo abriendo camino.

Esto es lo que yo quiero escuchar. (Y a ver si alguno se aplica el cuento).



Hola tú, querida tú.

Llevo un rato en el coche, conduciendo a la deriva y me faltas tú desafinando a mi lado. Los viajes se hacen cortos cuando te da por cogerme la mano y agarrarla con fuerza. Supongo que así te sientes más segura y yo, cafre, siempre la quito. 

Creéme, disfruto de su tacto casi más que de cualquier cosa, pero no más que de tu cara de enfado. Me gusta ver cómo frunces los labios y cómo la vena de tu cuello cobra vida propia. 

Te cuesta estar enfadada conmigo y eso lo aprecio tanto como a tu persona. Soy cafre, cabezota y es bastante improbable que alguien haga las cosas peor que yo, pero ahí estás tu, con tu paciencia infinita y tus ganas de abrazarme. 

¡Y benditos abrazos! Me devuelven a la vida y al mismo tiempo me sumen en un delicioso trance. 



Dices que soy hielo y piedra con un toque de moho, pero me citas a Marea y haces que si soy piedra da igual, tu serás pedregoso camino. 

Porque todo lo haces fácil y siempre tienes algo que decir. No cierras la boca y sé que es tu estrategia para que sea yo el que eche el cerrojo.


Si supieras cuántos mensajes te he escrito y cuántas veces los he vuelto a borrar... Ya no sé qué decirte para llamar tu atención. De una forma inmadura e infantil, quizá un tanto egoísta, quiero asegurarme que piensas en mí. Solo en mí. 

Tardo en dormir. Es llegar a la cama y qué guarrada sin ti. 

Y aquí me ves otra vez, escribiéndote sin utilizar emoticonos, pensando cada palabra y que cada una nazca de mí, con algún toque de inspiración extrema



Mi imaginación llega a su fin. Tengo mucho más que decirte pero no encuentro las palabras. Creo que no las hay, y me va a tocar inventarlas. O eso, o las canjeo por besos y abrazos. 

Solo te puedo decir que no hagas planes durante los próximos 200 años; pienso tenerte entretenida el resto de tu vida. 

jueves, 20 de febrero de 2014

13 razones para quedarme

Después de un periodo sabático, de reflexión, inspiración y aspiración de ideas aquí estoy otra vez. He estado pensando en muchas cosas, de todo tipo. Buenas, no tan buenas, y alguna que otra mala, qué se le va a hacer. 

Pero después de un tiempo con más malos momentos que buenos, ha habido algo que me ha sacado adelante. A mí y a otros muchos. Pero hoy estoy aquí para hablar de mí. Y de nadie más. Así de egocéntrica me siento.

Sin pecar de cursi -que sí, lo soy bastante, no me importa reconocerlo- he descubierto que ese algo que te saca adelante, que te eleva del pozo de la desesperación -y olé con el dramatismo-, es el amor. Eso mismo. Roma pero al revés. 



Tras una bronca colosal, de esas que más vale no tener platos u objetos punzantes a tu alrededor, de las que lloras ríos, mares y océanos, un buen amigo, en su inútil intento por hacerme sentir mejor, me dijo lo siguiente: "Tienes suerte, te puedes ir cuando quieras"

Y cuánta razón. De eso de las relaciones te puedes ir cuando quieras, pero el caso es que yo no quiero. Y no quiero por 300 razones que ocuparían alguna que otra página más que "Cien años de soledad", así que me limitaré a 13. 

Y aquí van...

1.- Me quedo porque no creo en el "forever in love", ni en el "para siempre juntos", ni en ningún tipo de promesa condenada a acabar envolviendo pescado. Pero sí que creo que día a día se hace un siempre. Y eso es lo que me das, un día, y después otro.


2.- Me quedo porque puedo estar sin ti. Lo sé. Eso de "sin ti me muero" (o Can't leave without you, para los bilingües), es otro bulo inventado por los pedantes autores de las canciones de Mariah Carey. Quedamos en que por poder puedo, pero creo que la vida es mejor a tu lado. Y seamos realistas, ¿para qué voy a vivir sin ti pudiendo vivir contigo?

3.- Me quedo porque has conseguido resetear mi cabeza, formatear mi memoria ram, rim y rom. Y ya pocos recuerdos me quedan de una vida en la que tú no estabas. Tirando de tópicos, mi vida actual, la que soy ahora mismo, la que tienes ante ti, empezó a vivir en el momento en el que entraste en su vida. Eso sí, sin confusiones. Era yo antes de ti y lo puedo seguir siendo después. Pero volvemos a lo de siempre: no quiero. 

4.- Me quedo porque algún artista callejero ha decidido plasmar tu nombre en frente de la oficina. Podría haber dibujado una choni pechugona, o algún eslogan apolítico, pero no, decidió escribir tu nombre, que seguramente será el suyo, así muy molongo, lleno de colores y tan grande que probablemente lo capte el satélite de Google. Yo, desde luego, lo capto todos los días.


5.- Me quedo porque me lo paso bien. Más que eso. Contigo me lo paso extremadamente bien. Jamás me había reído tanto, ni me había sentido tan viva -que sí, que o estás vivo o estás muerto, pero es una forma de hablar, ya me entendéis-. Qué importante es pasárselo bien, ya me lo decía mi madre. Si no te ríes, entonces vete, que puedes. 

6.- Me quedo porque somos diferentes. Porque a ti te gusta una cosa y a mí otra. Pero he ahí el secreto, queridos. Lo de que las parejas sean iguales, tipo los Beckham, ya no se lleva. Está pasado de moda, fuera, out, au revoir. La chispa está en compartir las diferencias, en conocer en el otro lo desconocido. Y será por todo lo que descubro cada día. Me has enseñado que también se puede ir de crucero subido en un coche y que los zombies pueden ser muy graciosos. Y un trillón de cosas más, que me guardo para mí.

7.- Me quedo porque te ríes de ti mismo. Y qué le voy a hacer, eso me enamora, día sí y día también. 


8.- Me quedo porque puedo llenar otras tantas entradas llenas de nuestros "¿Te acuerdas de...?". Y porque como dice Bebe -que no bebé-, "guardo tu recuerdo como el mejor secreto". 

9.- Me quedo porque parece que ha llegado la última de las diez plagas de Egipto y ha borrado de un plumazo todo rastro de seres masculinos en mi vida. Porque todos me la resbalan. Así, mal y pronto. Que sí, que ese muy guapo, pero estás tú. Que muy gracioso, fenomenal, pero tú. Tú, tú y tú, y qué pesadilla pero tú. 

10.- Me quedo porque tus brazos son el mejor de los edredones y tu pecho la mejor de las almohadas. Y punto.


11.- Me quedo porque es lo más complicado. Porque podría irme cuando azota la tormenta, cuando empiezan a caer rayos y truenos y el aire levanta todo a su paso. De ese calibre encolerizado son nuestras broncas. Pero eso sería lo más fácil. Me van los retos y desafíos. 

12.- Me quedo porque te has molestado en conocerme. Porque sabes que me cuesta dormir cuando peleamos pero que caigo rendida si estás a mi lado. Porque sabes donde tengo cosquillas y a donde no debes acercarte si no quieres recibir una patada involuntaria. Porque sabes que lo verde no va conmigo y que hablando del futuro siempre me ganas.

13.- Me quedo porque lo intentas y casi siempre lo consigues.  

lunes, 20 de enero de 2014

Motivos para no enamorarte

Te dije que no te enamoraras, no quería verte sufrir así. Me caes demasiado bien para hacerte esta putada, pero aquí nos ves, yo como siempre, viéndote fumar en la ventana, con esa forma tuya de coger los cigarros, de aspirar fuerte y echar el humo como si todo aquello no fuera contigo. 

Tus rizos oscuros como tus ojos, y yo solo puedo pensar en que siendo yo así, y tú también así pero diferente, es una putada lo que nos está pasando. 

Te pedí que no te enamoraras de mí. Soy tan inestable como el tiempo estos días, subo y bajo como si de una canción de Katy Perry se tratase. No tengo miedo más que al propio miedo, y eso me ha causado más de un revés. No tengo vergüenza y demasiado morro, soy cabezota y si algo sé es que si entras no vas a poder salir. 



Soy inquieta y positiva. Demasiado rosa veo las cosas como para sacar de sus casillas, incluso del propio tablero, a cualquiera. Quiero que cuentes mi altura con besos, no centímetros, y que no me hables. Susurra. Los gritos no van conmigo y si tú gritas espera una tormenta monzónica. Como empiece a quererte no voy a parar, me voy a enamorar de ti con cada paso que des, y cuando te tenga voy a dejar que me agarres fuerte. Y ni se te ocurra soltarme. 

No te enamores de mí, me verías perfecta. Y de eso tengo más bien poco o nada. La imagen que tendrías estaría distorsionada por todo el amor que irradian tus venas. 

Te voy a pedir la luna y ya que estás de pie, las estrellas. No voy a parar hasta conseguirlo, aunque para ello tenga que patalear como aquel niño que vimos una vez. ¿Te acuerdas? 



Es que esa es otra. Me voy a acordar de todo. De hecho, ya lo hago. Me acuerdo de tu mirada y de cómo frunces los labios, de tu voz cuando te enfadas y cuando intentas ser amable. Me acuerdo de tus manos fuertes y, prepárate, porque como te enamores sé que no voy a querer que me suelten. Jamás. 

Así soy de tremendista. O nunca o siempre. No tengo término medio. No quiero término medio. Contigo o todo o nada. 

Te voy a mandar más de cien mensajes y me voy a enfadar si no me contestas. Voy a querer verte a todas horas y vas a tener que hacerme reír. Sí, como haces ahora. 

Me voy a enrabietar contigo veinte veces al día, y veinte veces más vas a querer matarme. Pero no lo harás, porque la sola idea de estar sin mí te provocará convulsiones.



No te enamores de mí, voy a cambiar tu vida del derecho y del revés. Te voy a contar las cicatrices y me detendré en la que tienes en el brazo para curarla a besos. He cometido más errores de los que puedo asimilar, te perseguirán mis fallos pero seguirás enamorado de mis virtudes. 

Te pedí que no te enamores de mí, porque si lo haces, mi amor por ti te perseguirá, hasta que no sepas ni quien eres, y yo me olvide de quien soy, y todo eso de que tú eres y yo soy quedará diluido en quienes somos. Los dos. Nosotros. Y se acabara tu existencia. Y la mía. 

No te enamores de mí, que bastante tengo yo con estarlo de ti. 

viernes, 17 de enero de 2014

Y vas tú y te enamoras

Te voy a dar la peor noticia que vayas a recibir. Siento ser yo quien te lo diga pero es momento de que sepas la verdad. Ha pasado tiempo y no puedes engañarte más. Mírate en el espejo, ¿acaso no es obvio?

Ya no eres un niño. Es momento de empezar a asimilar y vivir en consecuencia. Tus problemas no son los que eran, tanto dramatismo ya no se acepta y por mucho que llores la solución no va a llamar a tu puerta. Nadie te va a coger en brazos cuando llores ni va a cumplir todos tus deseos cuando pongas cara de corderito. 



Y es que antes todo era diferente. Cuando eras pequeño y no podías dormir tenías a alguien cantándote canciones de cuna o contándote por décima vez el cuento de Los tres cerditos o de Caperucita Roja, cambiándote la versión para que el lobo fuera menos malo. 

Ahora te toca contar ovejas y esperar a perder el sentido. Es el turno de crear tu propio cuento y de dormir recordándolo e intentando cambiar el final. Pero ahora también hay lobos, y estás a punto de toparte con ellos. Y no será bueno.



Y qué fácil era todo antes, cuando tu mayor drama era no haber terminado los deberes o que el compañero de turno no te diera chuches en el autobús. Ahora los deberes y las chuches te importan un culo, porque tienes que levantarte al sonido del despertador, maquinaria infernal, y afrontar problemas de verdad, cosas de mayores. De esas que si no se resuelven provocan una ciclogénesis explosiva o el colapso del planeta. O todo en uno.  

Y te puede la pereza, y el asco, porque tienes demasiado pecho y la gente se ha olvidado del color de tus ojos, o tienes demasiada barba que te toca afeitar cada mañana porque sino no estás decente. Tienes que parecer mayor, actuar y pensar como tal. Simplemente, tienes que ser mayor.



Envidias a Peter Pan porque nunca crece. Nunca tiene que acudir a reuniones ni hacer cálculos para llegar a fin de mes. Nunca tiene que pensar en cómo llenar la nevera ni en que la gasolina ha subido. Vive de vacaciones y no tiene responsabilidades ni que dar cuenta a nadie. Nunca tiene que enamorarse, desenamorarse y superar ese desamor para seguir respirando. 

Porque esa es otra. Creces y vas tú, y te enamoras. Y entonces ya no hay vuelta atrás. Ya no puedes hacer como si nada importara, porque importa. Ya no estás tú. Te han abducido y da igual cuánto mires para atrás, esa persona que ves ha crecido, se ha enamorado y ya no piensa en primera persona. 



Te van a hacer daño. Ya te voy avisando. En lo que respecta al amor viene todo junto: felicidad y daño. El querer es lo que tiene, que no todo depende de ti. Es como conducir, seguir las normas no te exime de tener un accidente, porque habrá quien no las siga. Y te la pegues. Y te preguntarás qué has hecho, y la respuesta será nada. Pero ahí estarás tú, con el corazón destrozado. 

Pero tampoco es cuestión de ser tan negativos. Lo de enamorarse está la mar de bien. Todo eso de las mariposas en el estómago que se confunden con diarreas; lo de sonreír hasta que sumas a tu cara varias arrugas, pero son de felicidad así que no cuentan, embellecen; lo de mirar el teléfono esperando una notificación y recibirla y poner la misma cara que pondrías si se te hubiera aparecido la Virgen. Todo eso está muy bien.



Y es que, como dice Carlos Salem: "Mira que hay tontos enamorados en este mundo...". Porque cuando te enamoras y dejas de ser tú, te conviertes en un tonto que se ríe por todo, que llora por nada y que busca incluir el nombre de la otra persona en todas y cada una de las conversaciones. 

Que si Pedro por aquí, que si mira Pedro lo que dice, que si Pedro puede hacer tal, o cual. Y todo el mundo acaba hasta las narices de Pedro y de ti, pero te da igual porque estás enamorada y porque Pedro... 



Y es que al final en eso se basa todo. No hay una ley que nos obligue a enamorarnos, a emprender una vida en común (que frase tan típicamente de mayores), a planear un futuro, ni a dormirte inventándote tu cuento de turno, en el que no hay ni brujas ni dragones, pero ahí estáis vosotros. Nadie te obliga pero te enamoras sin quererlo ni beberlo. Y eso es lo que cuenta. 

Enhorabuena, has crecido. Te toca vencer el miedo, aprovechar cada instante de alegría y sonreír todo lo que puedas, es tu turno de ser feliz. Sin miedos. Que venga lo que tenga que venir. Se valiente. Afróntalo con ganas y con fuerza, da todo de ti y sonríe. La vida se vive mejor sonriendo. 

martes, 14 de enero de 2014

Cuando el límite no es infinito

Todo, absolutamente todo lo que merece la pena viene con libro de instrucciones, desde los muebles de Ikea hasta cómo hacer un bizcocho. La vida ha avanzado tanto que tenemos libros sobre cómo ser padres, cómo hacerse millonario en un abrir y cerrar de ojos o cómo adelgazar comiendo bocadillos. 

Pero por muchos manuales, libros o tutoriales que haya, nada ni nadie nos puede decir cómo vivir. Ni siquiera yo que estoy aquí escribiendo sobre lo que conozco, sobre lo que veo.  

Agradecida de que me leas, pero tampoco me hagas demasiado caso.


A lo que iba. Cómo vivir. Cómo querer. Cómo hacer que nos quieran. Sí, todo eso está muy pero que muy bien. Pero al final es como todo, a vivir se aprende viviendo y a querer, queriendo. Punto. No hay explicación más sencilla.

Pero yo me pregunto, ¿y a superar el dolor? ¿Eso cómo se hace? Hay dolores que tal como llegan, se van. Pero hay otros que nos empeñamos en repetir, en mantener ahí, hincados en la piel, acostumbrándonos a él hasta que son tan parte de nosotros que ni nos damos cuenta de lo que hieren. 


Hablando con una amiga, me hizo pensar en algo: ¿Hasta dónde llegamos? ¿Cuál es nuestro límite? ¿Cuánto dolor podemos aguantar? Ella es de esas personas que ha sufrido como la que más, ha querido de la mejor forma posible y la han querido también a raudales. Pero eso no ha sido suficiente. 

El todo nunca va a ser suficiente con nosotras. Somos inconformistas sí, pero no tontas. Queremos siempre más de lo bueno, no de lo malo. Y eso es lo que muchas veces recibimos: patadas en el culo. Pero lo aguantamos porque queremos. Además de inconformistas somos masocas, nos va la marcha. Pero hasta cierto punto. Sin pasarse. 


Tenemos un límite. La cuestión es dónde se encuentra. ¿Hasta cuándo tenemos que estar esperando cuando nos piden que esperemos? ¿Cuánto tiempo tenemos que mantener la puerta cerrada mientras que ellos son castigados en el umbral? ¿Dónde está el límite de nuestro aguante? ¿Cuántas más segundas oportunidades estamos dispuestas a dar?

Como todo, depende de cada persona. Hay quien aguanta poco y hay quien aguanta demasiado. Y hay quien directamente no aguanta. Y sobre esto no sé realmente qué pensar. 

Soy de las que cree en el cambio, en que un grito no define a una persona. Pero, ¿y uno tras otro? Las broncas son necesarias, siempre lo he pensado y siempre lo pensaré, pero, ¿hasta qué punto? No hay una norma que establezca que la relación perfecta son tres enfados al mes. Es más, no hay relación perfecta. Y punto. Hay relaciones felices y otras que no lo son. 


Me cuestiono todo esto porque realmente no tengo respuesta. No puedo decirte hasta donde tienes que aguantar, ni si tienes razón dejándole las maletas en el rellano, ni si después de dos horas esperando en el portal es momento de abrirle la puerta y las sábanas de la cama. 

Cada uno decide cómo vivir su vida pero lo que está claro es que hasta que no rozan el límite, no espabilan. Cuanto más grande es el ramo, más grande es el enfado. Pero aun así, vemos todas esas flores, algo tan bonito acompañado por un te quiero, un perdón, un te necesito en mi vida o todo tipo de derivaciones tan poco propias de él, que nos derretimos. Todas. Sin excepción. 


Y es que no tenemos remedio. Nos gusta sentir que luchamos hasta el final, pero la mayoría de veces la valentía no está en aguantar, sino en dar el paso y permanecer fiel a tu límite, esté dónde esté.

Y mira que sí, que te quiero mucho, pero me quiero más a mí. 

sábado, 11 de enero de 2014

Tanto que sí, que no

Vamos a ver. Viernes noche. Es así. Sales de fiesta con tus amigas, todo parece una noche normal, de esas que bebes mucho, te ríes todavía más, subes fotos a instagram de las cuales no te vas a acordar al día siguiente y ligas

Sí, sí. Ligas. Chica, eres joven, date un garbeo

Y, ahí está, le viste nada más entrar pidiéndose el que sería su cuarto gin-tonic de la noche. Está en la barra, por lo que entra dentro de nuestra categoría de amores de barra


Coincidencias de la vida es amigo de un amigo. El mundo es un pañuelo y acabas de conocer al moquete de turno. Vas bebida pero todavía no rozas la ridiculez. Bien, bien, vamos bien. Bailas. Te invita a tu tercera copa y a su quinto gin-tonic. 

Os salís fuera a fumaros un cigarro. Te deja su chaqueta porque hace un frío de espanto. (¡Olé la Ley Antitabaco!). Otra copa más y tus amigas ya están dándote la lata porque te has pasado toda la noche colgada al cuello de ese ser que bien podría haber salido de Pasión de Gavilanes. 

Y en cuanto ve que llega el inminente final, te besa. Y qué bien sienta, ¿verdad? Te vas contentita a casa y él con los morros colorados. Marca de la casa. 


Y te vas a dormir tan tranquila. Feliz porque se ha quedado con tu teléfono pero llevas tanto alcohol en sangre que caes rendida nada más aterrizar en tu cama. 

Y a la mañana siguiente... ¡Sorpresa! Un whatsapp. (Sí, ya no se mandan cartas, es una pena). 

- ¿Qué tal? ¿Mucha resaca?

Venga. Tú. El corazón late a mil revoluciones por minuto. Este sí que sí, piensas como si fueras nueva en esto. ¿Este sí que sí qué? ¿Te vas a casar con él, vaís a tener tres churumbeles y los domingos iréis a comer a casa de los suegros? No bonita no te confundas. O por lo menos no te adelantes. Has pasado una noche con él, te ha dado un beso que supo bien pero a poco. Y punto. No corras. 

- Hola. Nada de resaca, ¿tú?


En línea. No contesta. Y así estás tú, con una resaca del demonio esperando a que tu gavilán se digne a contestar. Después de lo que parece una hora en línea (¡Hay que ver que mal ha hecho el wuasap a este mundo!) decides olvidarte, te duchas, comes, comentas la noche con tus amigas y a otra cosa, mariposa. 

Tres, cuatro y cinco horas más tarde...

- ¿Qué plan tienes hoy?

Y vas tú, tonta, y contestas.

- No sé todavía.

Sé mala, no le preguntes. 


- ¿Te apetece ir a tomar una cerveza?

No, más alcohol no, por Dios. 

- Venga, vale.

Y a medida que avanza el número de cervezas ingeridas se incrementa el número de palabras. Es directamente proporcional. Una cerveza, monosílados. Tres cervezas, voy a comer panchitos porque sino no me voy a callar jamás. 


Te has reído. El chico te ha llegado bien. Te deja en casa y te vuelve a dar un beso. De esos tiernos, casto, nada baboso y hasta romántico. Si fueras un emoticono te saldrían corazones por los ojos. Y mira que eres tonta...

- Te prometo que mañana te llamo

Vale nene, ya la has cagao. Te prometo dice. Empieza a reírte ahora porque mañana las vas a pasar canutas como le creas. Porque, como es normal y como tendrías que haber aprendido a estas alturas de la película: no te va a llamar, si eso, un wuasap, si eso. 

Y así te quedas, con cara de tonta. Mirando el móvil cada tres segundos, no vaya a ser que se paralice el sistema de telecomunicaciones y te quedes sin cobertura justo cuando te está llamando, le salté el buzón y adiós muy buenas.


Y te preguntas qué ha podido pasar, si comiste demasiados cacahuetes o bebiste demasiadas cervezas, si ibas demasiado informal o si la noche le confunde y se esperaba a otra. No te comas la cabeza. Ni lo uno ni lo otro. Has sido perfecta. Has sido cordial. Simplemente, él no era para ti. 

Y después de la psicosis que te entra durante una semana repasando todos y cada uno de los minutos del plan (es que a mí lo de cita me suena a película americana, y esto es la vida real), después de leer y reeler los escasos mensajes y después de que tu mano adopte la forma del teléfono de tanto sostenerlo esperando una señal del cielo, entras en razón. 


Pero va el c****** y el viernes te escribe. Claro, es viernes. Se habrá tomado sus cinco gin-tonics y querrá mambo. Y va y cuando sacas todo tu demonio interior te suelta, con dos pelotas:

- Pero, no te enfades. 

"Qué lástima que no lo haya en emoticono, que sino, te lanzaba todo mi dedo corazón, que es lo único que vas a recibir", piensas. Claro, lo piensas porque para qué lo vas a decir. Sale surfeando en su foto de perfil. Hace surf. Es el amor de mi vida. 

¡Y una ****!


Es uno más, de esos que se cree que sabe lo que quiere pero que no puede decidirse entre una caña y un tercio. Es uno de esos que ha visto un bache en la carretera y ha decidido dar la vuelta. El mundo está lleno de poco valientes, y tú te acabas de topar con uno. 

Tanto que sí, que no, no es sano. Diviértete, vive tu vida, y cambia el final del cuento, que Blancanieves solo tenía una indigestión y la Bella Durmiente la tensión baja.