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viernes, 20 de septiembre de 2013

Chicas, hablarme de amor

El otro día, después de la entrada sobre los enfados masculinos, mis amigas me preguntaron si odiaba a los hombres. 

Nada más lejos de la realidad.

Entonces me puse a pensar en el título de aquella película de Renée Zellweger y Ewan Mcgregor, "Abajo el amor" y lo que dice en una de sus escenas: 



- Como decía, la tesis del libro de Novak, "Abajo el amor..." es que las mujeres jamás serán felices hasta ser independientes como individuos logrando igualdad en la fuerza laboral.

- ¿Y cómo propone que las mujeres logren eso?

- Diciendo "abajo el amor". El amor es una distracción.

- Si las mujeres dejaran de enamorarse, se acabaría la raza humana.

- En lo absoluto. Dije que las mujeres deberían abstenerse del amor, no del sexo.

"El amor es una distracción"... Sí pero no. Es una distracción, efectivamente, pero es la mejor de las distracciones. El amor es dejar de pensar en ti para empezar a pensar en otra persona. Te distraes de ti misma, dejas el egoísmo a un lado para cuidar y proteger a alguien más. No porque esperes nada a cambio, sino porque te apetece. Te late. 



El amor es el mayor gesto de grandeza jamás inventado por el hombre. El amor es necesario. Es lo que nos arranca por las mañanas y nos da energía para superar lo que venga, las piedras y pedruscos que nos pongan en el camino.


El amor es fabricante de sonrisas. Te dibuja tal expresión de felicidad que hasta te duele el rostro. Tu campo de visión se reduce hasta que solo le ves a Él. Porque para nosotras, mujeres enamoradas, no es él. Es Él. Y para vosotros, hombretones que os negáis a aceptarlo, sabéis que Ella es Ella y que es muy difícil que haya otra como Ella. 


Si hay algo mejor que ver a una mujer enamorada, es ver a un hombre enamorado. Se convierten en niños pequeños, se les ilumina el rostro de ilusión, como la mañana de Navidad al ver el cúmulo de regalos bajo el árbol. Se transforman en caballeros de la tabla redonda, con su afán protector y los brazos preparados para abrazarnos si el momento así lo requiere -y cuando no lo requiere, también-. Se vuelven payasos porque no hay nada que les guste más que hacernos reír. Y cuánto más reímos más se enamoran. 



Por supuesto, la vida muchas veces nos da un guantazo y nos torna del revés. Pero hoy quiero hablar en positivo. Ya habrá tiempo para pensar en los diminutos, minúsculos e insignificantes desaires que trae consigo estar enamorada. 



Mi segunda entrada hablaba de la casualidad y pocos entendieron su correcto significado. No hablaba de casualidad vs. destino. Hablaba de la casualidad que te azota cuando te enamoras de alguien que, a su vez, también se ha enamorado de ti. Esa sensación de pertenencia, de saber que perteneces y te pertenecen, poco en la vida hay más placentero.

Tarde o temprano el amor llega. No hay que buscarlo. La grandísima mayoría de veces si buscamos podemos caer -y caeremos- en el error de confundirnos y de pensar que eso que tenemos es amor, cuando puede ser muchas cosas, pero amor, del de verdad, del que te derrite la sangre y sonroja tus mejillas, de ese no. 




El mejor tipo de amor es el que te permite 
ser tu mismo en brazos de otra persona. 







Para ellas.