lunes, 18 de julio de 2016

How to save a life

Lo bueno de las despedidas es que duran un suspiro; lo malo, precisamente eso. Estaría despidiéndome de ti todo el tiempo, con tal de no hacerlo del todo.

Viviría entre las paredes de este aeropuerto si con ello siguiera aquí, atada a ti. 

Todavía siento los latidos de tu corazón y el mío, alejándose a medida que mis pasos, lentos y precavidos, huían del campo de batalla. 

Miré hacia atrás una vez –esto no te lo dije- y te vi, buscando despistado la salida. Del aeropuerto y de mi vida. Porque los dos sabíamos lo que era esto: una despedida, de las de verdad. De las de “todos los caminos llevan a Roma”, pero a mí me estaban llevando en dirección contraria. 


Y se quedaron tantas cosas por decir y sentir. Nos faltó tiempo. Por faltar, faltaron tantas y tantas cosas… Si te tuviera delante te diría que te mentí cuando te dije que podría haberme enamorado de ti. Lo hice. 

Me enamoré de ti y de tu forma de cantar en el coche, moviendo las manos al ritmo de los acordes de una guitarra que no estaba ahí. Y me mirabas, divertido. Te gustaba hacerme rabiar quitando las manos del volante. Y entonces yo te abrazaba despacio, apartándome en seguida para repetir contigo el estribillo. No se toca al conductor, decías siempre. Pero te gustaba que te diera la mano para besarla con fuerza. 


Me enamoré de tu mirada y de la forma en la que me sujetabas para que no cayera. Así estabas tú, salvándome. De los adoquines, del calor, e incluso de mí misma. Y me encantaría gritar(te)lo. Me has salvado. Me has salvado. Me has salvado. Y ahora sin ti, ¿qué? Dame la respuesta, igual que me has dado cien anteriores.

Me enamoré de tus promesas. Cumplidas. Todas. Jamás conocí a nadie tan a favor de su palabra. Me prometiste llevarme lejos y así lo hiciste. Me prometiste enseñarme tu mundo y no fallaste. Y ahora, cuando te pido que me prometas que no saldrás de mi vida, te ríes y guiñas un ojo, sabiendo que eso es lo único que no puedes asegurarme. 


Porque me enamoré de ti a pesar de que me avisaste. Tengo el corazón cerrado, aquí no cabe nada. Lo que no te dije es que somos dos corazones rotos que pueden formar uno completo. Y con eso nos basta. Y a mí me sobra.

Y que aquí, escuchando el mar, estoy tan lejos de ti que ni siquiera sé si compartimos la misma luna. Y te echo de menos. A ratos. No todo el tiempo. Cuando no te echo de menos es porque pienso en todo lo que tuvimos, y en todas las ganas que tengo de escucharte cantar(me). Corazón espinado.

lunes, 4 de enero de 2016

Bienvenidos a un día más

Como los lunes, los amaneceres, el día de tu cumpleaños, el mes de septiembre. Así es Año Nuevo, un punto de inflexión donde se empieza de cero -o eso se pretende-. Se prometen cambios, mejoras, los putos y jodidos propósitos que, al final, el día dos de enero pasan al olvido. ¿Verdad? Y eso sucede, simplemente, porque nos empeñamos en fijarnos metas tan sencillas que al final, nos aburren. 

Yo no voy a decir que iré más al gimnasio, ni que dejaré de fumar, ni que ahorraré algo de dinero, ni que estudiaré más, ni que saldré menos. No estamos para tonterías. 




Yo no voy a dejar que se vayan más trenes, ni voy a perder el tiempo esperando(te) en la estación. No voy a rendirme pero tampoco voy a luchar por causas perdidas. No voy a gastarme en historias vacías. No voy a dejar que otros marquen mi camino, ni voy a pretender ser guía turística de nadie. Ni siquiera de ti. 


No voy a vivir mirando al pasado, porque me he cansado de dolores de cuello. No voy a arrastrar fantasmas, ni demonios, que ya debieron quedar en el olvido. No voy a desenterrar cuentos de dolor y sufrimiento, cuando es más divertido recordar lo bueno y esperar que el futuro traiga consigo momentos todavía mejores.




No voy a poner nombres ni a clasificar historias. Voy a cerrar los ojos y a dejarme llevar, que ya me toca. No voy a vivir midiendo los riesgos ni los peligros, porque a veces hay que acelerar sin preocuparse por el precipicio. 


No voy a tener (tanto) miedo, ni voy a saciar la rabia con odio. No voy a querer(te) a medias ni a justificar los tropiezos con mentiras. No voy a seguir rompiéndome el alma contra tu pecho. 

No voy a permitir que mis errores condicionen la vida que quiero llevar. Porque todos somos humanos. Voy a hacer caso a Woody Allen cuando dijo: "Las cosas no se dicen, se hacen, porque al hacerlas se dicen solas". No voy a hablar en vano, ni mucho menos escribir porque sí. Hoy voy a coger el valor de las entrañas para vivir. 




Hoy, hoy voy a decirte que la vida es más bonita desde que te (re)tengo, que el día uno de enero no es más que otro día en esta historia que quiero compartir contigo. Hoy voy a soltarme el pelo, a dejar que el aire acaricie mis mejillas y que se enrojezcan con el frío. Hoy, desde luego, no voy a permitir que este frío me retuerza los huesos. 

Hoy voy a almacenar más recuerdos que fotografías; porque los mejores momentos son aquellos cuyo único testigo es nuestra memoria. Este año voy a escribir sobre ti, y sobre ti también, sobre ellas, sobre lo bonita que es la vida si sabes cómo mirarla y sobre el camino de baldosas amarillas. ¿Me acompañas?