martes, 7 de noviembre de 2017

CEO de mi propia vida

Hace tiempo leí un artículo que se titulaba algo así como “Somos demasiado jóvenes para estar tan tristes”. Estaba basado en la frase de una ilustración de Sara Herranz (que, por cierto, saca nuevo libro y estoy deseando tenerlo entre mis manos). Recuerdo leer acerca de la depresión –qué palabra tan fea-, de la impotencia que sienten algunos por no llegar. ¿Llegar a dónde? A algún sitio con vistas, espero.

Recuerdo pensar en mí, en que yo no estoy triste, pero sí que soy joven. Soy todo lo joven que me proponga.
 
Ilustración: Sara Herranz
Ilustración: Sara Herranz

Sigo con mis veintiséis años a cuestas, disfrutando como si tuviera quince y valorando la vida como si fuera la primera vez que la vivo. Y yo, con mi juventud a la espalda, no estoy triste.

Estoy con ganas. Infinitas. Ganas de comerme el mundo, de comerme los conflictos que lleguen y aprender de ellos. Estoy con ganas. Con ganas de ser quien quiero ser, no quien me impongan. Ganas de hacer y deshacer. Estoy con ganas de equivocarme. Con ganas de dejarme la piel, el alma y hasta los huesos en aquello que creo. Estoy con ganas de hacerlo todo, lo que sé y lo que no sé. Porque si no lo sé lo aprendo, y si lo sé lo aprendo también.

Soy tema aparte. No estoy por encima ni por debajo, soy como tú y como todos. No, miento, no soy como nadie. Y casi…mejor. Yo tengo las riendas, yo tomo las decisiones. Soy CEO de mi propia vida.
 
Ilustración: Sara Herranz

Me gusta eso que se dice ahora de que los jóvenes no sabemos a dónde vamos, ni sabemos lo que queremos, que no levantamos la vista de la pantalla de nuestros teléfonos y que no sabemos vivir. Me gusta que se diga, porque me gusta y me encanta demostrarles lo equivocados que están.

Los jóvenes –los de ahora, los de siempre- tenemos la fuerza y sobre todo, la valentía, para mover el mundo en dirección contraria. Paramos el tiempo con un click y con otro lo retomamos, todavía más deprisa. Somos los que no nos conformamos con una vida de un rato. No, nosotros somos los de “todos mis ratos”.

Soy –y somos- los jóvenes del ahora. Los que salen en las noticias bajo el titular “un grupo de jóvenes…” Sí, sí, somos esos. Los que creamos empresas y nos dejamos la piel en ellas. Los que comemos en diez minutos porque el postre no es más que una pérdida de tiempo. Porque la vida es aquello que pasa mientras esperas que te traigan la cuenta.
 
Ilustración: Sara Herranz

Somos los todoterreno, los huracanes. Los que arrasamos con todo y no dejamos títere con cabeza. Somos los que pensamos antes y después de actuar. Los que no nos arrepentimos por nada. Porque si lo hicimos, fue por algo, ¿verdad? Somos los que cambiamos de trabajo como de camiseta, porque no nos conformamos, porque innovamos hasta en la funda de nuestros teléfonos.

A nosotros no se nos puede definir, ni millennials, ni generación Y. Nosotros somos únicos, cada uno distinto. Basta ya de categorías, de estándares, de meternos a todos en el mismo saco. Ni la edad, ni el país, ni la cultura… No hay rasgos comunes con los que puedan segmentarnos. Porque quizá lo único que tengamos en común es nuestra pasión por el sushi, las series de Netflix y las frases de Defreds.

jueves, 5 de octubre de 2017

Desde quien soy

Hola. Estoy aquí. Sigo aquí. Quizá ha pasado demasiado tiempo. Quizá ya me has olvidado. O quizá, sólo quizá, estabas esperándome. Yo sí he estado esperando que saliera algo, algo que mereciera la pena poner en palabras, algo, por muy efímero que fuera, que hiciera a las palabras brotar. Y aquí está.

Siempre he presumido de ser una persona de esas… como se dice… “echada pa’lante”. Nunca entenderé esa expresión. Pero sí, básicamente es lo que he sido y lo que espero seguir siendo. De esas que da el primer paso, de las que se guía al ritmo de “el no ya lo tienes”, de las que se arrepienten antes de lo hecho que de lo no hecho. Algo así, sí.

Hace un año más o menos empecé la que sería la mayor aventura de mi vida hasta ahora. Imagínate. Yo, con mis 25 años de entonces, acostumbrada a lo mío, a lo que no es de nadie más, acostumbrada a mi ciudad, a mis planes, a mi vida de siempre. Yo, recorriendo el mundo solo con una mirada, aprendiendo gestos del otro lado del océano, costumbres, palabras, lenguajes, conociendo personas que se convertirían, sin lugar a dudas, en el gran amor de mi vida. Personas que por a o por b, e incluso por c, ya no están. No están aquí, en esta ciudad que tanto compartimos, ni tampoco están en aquel edificio blanco, antiguo, de techos altos que durante mucho tiempo estuvimos llamando casa. Y yo, cobarde, cuando tuve la ocasión de decirles todo lo que eran, todo lo que son, y todo lo que siempre serán, cerré el pico, callé la boca, y cobarde sí, muy cobarde, no tuve el valor de levantarme para gritar a los cuatro vientos que lo que es de verdad no acaba nunca. Y que crecí el día que me cogieron de la mano.



Hoy no escribo desde Salem, ni siquiera escribo desde como era. Escribo, por primera vez, desde quien soy. Y desde quien quiero seguir siendo.

Antes de que todo empezara escribí en un papel mi nombre, mi edad, mis estudios, mis inquietudes, escribí quien era. Y eso lo hicimos todos. Hoy, un año después, leo y releo esas palabras y sé que si pudiera volver a escribirlas, serían otras distintas, con otra esencia. Porque no soy la misma persona que era, y estoy muy orgullosa de poder decirlo en alto. He crecido. Gracias a ti. Porque estás tú, detrás de mi mejor yo.

Y hoy solo quiero decirte esto.

La calidad del amor no se mide –jamás- por la duración en el tiempo. Hay amores intensos que duran solo unos meses y otros que aunque duran años, apenas se consideran amor. Son otra cosa, pero no amor. Lo nuestro fue –y es- amor del bueno, del que supera el tiempo y el espacio, del que te hace volar durante horas para recibir un abrazo a la entrada a la terminal, del que te pone la piel de gallina cuando escuchas una canción, porque cierras los ojos y ya no estás parada en el vagón del metro, no, estás subida en tus tacones, mirando a tu alrededor y sintiéndote afortunada. El nuestro es ese tipo de amor. El de los buenos.